El torero de los ojos tristes

El torero de los ojos tristes

Por: Paula Portas

Me gustan los toreros que miran con tristeza. Como si este mundo fuera del círculo sagrado les asfixiara, como si dieran los pasos adelante sin calzar sus manoletinas sólo por pura inercia y el motor que les levantara de la cama fuera el de, aún despiertos, continuar cosechando faenas en sus cabezas; una tras otra, una tras otra… y, en cada esquina de su cotidianidad, ese anhelo de regresar a la dichosa circunferencia. Aunque esta melancolía no acompaña a todos los nombres y apellidos que rezan en cada carné de “profesionales taurinos” porque, señores, la mística de este rito, en este milenio también se contagia de los tiempos que le adolecen.

Un día una amiga, no especialmente aficionada a los toros, me espetó un: “Me santiguaría cada vez que entrara a una plaza” y, por un momento, reflexioné: “¿Por qué no sostengo yo este gesto?”, uno que a una persona ajena a este mundo le resultaba tan evidente. Quizás la receta en la Tauromaquia 3.0 deba variar las proporciones en sus ingredientes a ¡más mística y menos mistela! en el aliño de este juego cuyas cartas son la vida o la muerte, la verdad o la mentira y el honor o la traición, a uno mismo.

¿Adivináis con qué cartas juega el torero de los ojos tristes? Las del paso adelante ante la duda de si la cornada espera tras el quite al toro del (ya no tan) compañero, las que desatienden a los estrategas que se echan las manos a la cabeza porque hay una pelúa en el esportón y la otra asoma, las que ignoran al dios Eolo sacudiendo traicionero y desoyen a los dicen que: “El toro no está para quites”; porque esos ojos han señalado un territorio que debe quedar marcado.

La verdad no sólo son seis letras. Ella es levantar la mirada cuando has caído y el toro te ha ganado esa mano en la partida; es girar entonces 360 grados tu atención, la del ardor y el dolor, a la sinrazón – tan certera – de forzarte a ponerte en pie; es verte sostenido por la misma mirada – a tu espalda – en los ojos de tu rival. Esas miradas que desafían, acompañan y adolecen juntas porque como decían antaño: “¡Entre ellas se entienden!”. Caminar en verdad es un estilo de vida. Lo mismo que reclamas la cita sin violencia, dejándola a merced de un oleaje suave teñido de rojo, mientras esperas el encuentro libre de imposición y atadura alguna, porque amar en libertad es también caminar en verdad.

P.D: Dedicada a esas miradas en su imperturbable travesía. Mirando al dichoso círculo te esperamos, estimado Víctor.