En el aniversario del nacimiento de Rafael “El Gallo” El Divino Calvo (17 de julio de 1882)

En el aniversario del nacimiento de Rafael “El Gallo” El Divino Calvo (17 de julio de 1882)

Hay imágenes que no necesitan más que una mirada para revelarlo todo. No hablan, pero cuentan. No se mueven, pero conmueven. Y cuando el retrato que se nos ofrece es el de los hermanos Gómez Ortega, no estamos ante una simple fotografía, estamos ante un umbral que nos conduce a una de las etapas más fecundas, apasionantes y determinantes de la historia de la tauromaquia.

Hoy, 17 de julio, se cumple un nuevo aniversario del nacimiento de Rafael “El Gallo”, El Divino Calvo, y con él volvemos la vista hacia una estirpe que transformó para siempre la liturgia del toreo. Porque hablar de El Gallo es hablar de duende, de genialidad impredecible, de esa capacidad inimitable de lo sublime y lo inasible. Pero hablar de los Gómez Ortega en plural es aún más, es hablar de un linaje que dejó huella profunda en la historia del arte de lidiar.

Joselito y Gallo. Gallo y Joselito. Dos hermanos y dos formas de entender el toreo. Uno, ordenado, poderoso, reformador. El otro, libre, inestable, mágico. Entre ambos trazaron una línea que todavía hoy divide y define estilos, aficiones y sensibilidades. Fueron figuras esenciales de una época en la que el toreo era columna vertebral de la cultura española, y su legado, tanto técnico como simbólico, sigue siendo fuente de estudio, inspiración y admiración.

En Joselito, el pueblo reconoció al sabio precoz que supo ordenar el caos con inteligencia torera. En Gallo, encontró al artista imprevisible que abría la puerta al misterio y al duende. Y entre ambos, construyeron una mitología taurina que traspasó la arena y se hizo carne en el imaginario popular.

Por eso, en esta fecha señalada, no recordamos solo el nacimiento de un torero extraordinario. Recordamos una forma de ser y de sentir el toreo. Recordamos a una familia que, con sus luces y sus sombras, nos legó una de las páginas más intensas y auténticas de nuestra historia cultural.

La tauromaquia, como toda gran expresión de un pueblo, necesita memoria. Y necesita referentes. Por eso, hoy más que nunca, reivindicamos el lugar que los Gómez Ortega ocupan en ese templo vivo del arte taurino. Porque sin ellos, la Fiesta no sería lo que es. Y porque mientras haya quien los recuerde, seguirán siendo eternos.