Jesús Romero: Cada tarde, una verdad

Jesús Romero: Cada tarde, una verdad

En un mundo del toro cada vez más sometido al ruido, a los focos rápidos y a la dictadura del titular fácil, conviene detenerse un instante y mirar con atención a quienes hablan donde de verdad importa: en la plaza.

El caso del novillero con caballos Jesús Romero es uno de esos que invitan a reflexionar. No por una campaña mediática, ni por vínculos de despacho, sino porque a cada compromiso que ha tenido, ha respondido con claridad, verdad y entrega. En esta temporada 2025, sin una cantidad excesiva de contratos, ha dejado actuaciones que merecen mucho más que una simple nota de prensa: triunfador del Certamen “Villa de La Solana” y gran protagonista en Calasparra, plaza de exigencia y sensibilidad torera.

Y no es sólo lo que se dice con el resultado final, sino cómo lo ha dicho. Con un concepto clásico, con oficio, con temple, con gusto. Un toreo que no necesita disfraces ni poses. Jesús Romero no ha llegado a las ferias por casualidad, pero sí ha hecho méritos para mantenerse en ellas. Y ahí está el fondo de esta reflexión.

No se trata de señalar a nadie, sino de mirar entre todos —sector, afición, profesionales— hacia lo que de verdad sostiene la Fiesta: los toreros que, con muy poco, hacen mucho. Los que sin hueco fijo en los carteles demuestran que el hambre de ser torero aún existe. Los que entienden que torear no es sólo ponerse delante, sino emocionar y convencer.

Romero es uno de ellos. Y representa a esa generación de novilleros que siguen peleando en silencio, con dignidad, sin alzar la voz más que con el capote y la muleta. Que no buscan el camino corto, sino el verdadero. Y cuando uno así conecta con el público y sale a hombros por la puerta grande de la afición —que es la más difícil de cruzar—, el toreo debe tomar nota.

No hablamos de promesas, sino de realidades en evolución. El futuro de la tauromaquia no está solo en los grandes nombres, sino en la savia nueva que se está jugando la vida con poco margen y mucha fe. Ahí es donde el toreo encuentra su verdad más cruda y más hermosa.

Jesús Romero no pide nada. Está haciendo lo que le toca: hablar con sus faenas. Pero la Fiesta tiene también la responsabilidad de escuchar lo que se dice en la arena, aunque no venga amplificado por grandes escaparates. Porque si no se escucha a quienes triunfan desde el silencio, corremos el riesgo de perdernos a toreros que pueden dar mucho más.

La pregunta no es por qué tiene pocos contratos. La pregunta es: ¿qué más necesita demostrar un novillero para que se le tenga en cuenta?

El tiempo pondrá a cada uno en su sitio. Pero el presente también merece justicia. Y el presente de Jesús Romero está lleno de argumentos. Sin estridencias, sin humo. Solo con lo más difícil: torear bien. Torear de verdad.