Cuando se habla de San Fermín, automáticamente se piensa en encierros, mozos vestidos de blanco con pañuelo rojo y una ciudad, Pamplona, convertida en epicentro mundial del fervor festivo. Pero ¿cuál es el vínculo real entre esta celebración y el mundo del toro?
Una fiesta religiosa con alma taurina
San Fermín es, ante todo, una festividad religiosa en honor al patrón de Navarra, que fue obispo y mártir en el siglo III. La fecha original de su festividad era el 10 de octubre, pero en el siglo XVI se trasladó al 7 de julio debido al mal tiempo otoñal, y se fusionó con ferias ganaderas y mercados que se celebraban en verano. Fue precisamente en ese cruce de caminos donde los toros encontraron su lugar.
Del mercado a la plaza: la semilla del encierro
Con la llegada de los ganaderos a Pamplona, era necesario trasladar los toros desde los corrales hasta la plaza donde se celebrarían las corridas. Ese trayecto, primero funcional y sin público, fue poco a poco atrayendo curiosos… y después valientes. Así nació el encierro: un acto que no fue concebido como espectáculo, pero que acabó convirtiéndose en la esencia de la fiesta.
La Feria del Toro: el alma brava de San Fermín
A mediados del siglo XX, Pamplona decidió dar un paso más y reforzar el componente taurino de sus fiestas. En 1959 nació oficialmente la Feria del Toro, con un enfoque claro: ofrecer corridas con hierros exigentes, encastes variados y ganaderías de prestigio. Desde entonces, el ciclo taurino se ha consolidado como uno de los más importantes de España, por la seriedad del público, la categoría de los carteles y el ambiente único de la plaza.
Tradición y modernidad: los toros como identidad
Hoy, San Fermín no se entiende sin toros. Son el hilo conductor de la mañana con el encierro, de la tarde con las corridas, y de la noche con las charlas, tertulias y vivencias que giran en torno a lo que sucede en el ruedo. Para muchos pamploneses, la fiesta comienza y termina en la plaza.