Creo que nadie puede decir que no soy un defensor a ultranza del toro bravo, de su cría y del respeto que merece su lidia, y por ello me duele profundamente el ninguneo que esa parte imprescindible de la Fiesta sufre por sistema. De alguien así cualquiera podría pensar que es adalid de esta práctica tan de moda en los últimos años que consiste en indultar toros por doquier, incluso a pares y ya, hasta en triada. Sin embargo, quien escribe estas líneas no es para nada partidario de la banalización y pérdida de categoría de lo que siempre fue el mayor premio que pudo obtener un toro de lidia, el perdón de su vida.
Recuerdo como en mi adolescencia la noticia de un indulto, normalmente en festivales o corridas concurso, era un hecho absolutamente extraordinario. Como aquel de Cáceres allá por 1985, protagonizado por “Ruidón”, de Moreno Silva, al que tras la faena de muleta volvieron a poner al caballo. O, al año siguiente, “Pregonero”, de Cebada Gago, indultado por Espartaco en la lujosa concurso de Jerez de la Frontera.
Años después, en 1992, el nuevo reglamento impulsado por José Luis Corcuera abría las puertas del indulto a toros que se lidiasen en plazas de segunda y primera categoría. “Bienvenido”, de Jandilla, en Murcia y “Gitanito”, de Torrestrella, en Valencia, tuvieron el respectivo honor de abrir la nómina en ambas categorías. Desde entonces, y hasta hace no mucho, el indulto continuó siendo un privilegio reservado a ejemplares excepcionales. Y también un fielato casi inalcanzable en determinadas plazas que, por ejemplo, acabó injustamente en el desolladero con toros sublimes, como aquel bravísimo “Jarabito”, de Zalduendo, lidiado en Sevilla el 20 de abril de 1999 y al que el presidente no quiso dar ni la vuelta al ruedo como réplica a la trifulca que había tenido por la mañana con el ganadero durante el reconocimiento.
Lo cierto es que no sé cuándo esto se fue de madre. Y menos aun cuándo dejó de ser un honor al toro para convertirse en una forma más de premiar al torero que, además, de esa manera no tiene que entrar a matar, evitándose ese trago y asegurándose las orejas. Me gustaría saber en qué momento pasó de ser algo absolutamente extraordinario, reservado sólo a ejemplares completos de principio a fin (como debería seguir siendo), a convertirse en algo ordinario y, a veces, hasta vulgar.
Por supuesto mucha gente será contraria a esta opinión. Entre ellos no pocos compañeros de la prensa taurina que ven en el triunfalismo exacerbado la manera de “salvar” la Fiesta y, de paso, de hacer caja porque a más éxitos, más banners. A los empresarios les viene de lujo, porque después venden aquello a propios y ajenos como un espectáculo “histórico” y salvo contados casos descuentan al ganadero el importe correspondiente a los toros que no se han estoqueado. Y ahora que hablamos de ganaderos… ¿Qué opinan ellos? ¿Qué piensa un gremio que casi nunca puede hablar? Pues, la mayoría, encantados y, de hecho, en todos estos años sólo he conocido a dos que se hayan negado a que les indulten un toro, aunque luego ese animal no cubra una vaca en su vida, que en unos cuantos casos ha pasado y que es el fin principal de perdonar la vida a un toro. Son Victorino Martín y Fernando Carrasco, propietario de Ana Romero, que incluso llegó a ordenar que apuntillasen en los corrales a “Terciadito”, después de que Ponce le perdonase la vida en Játiva allá por 1994.
De aquello a lo de Marbella del otro día hay no un mundo, sino un universo en cuanto a conceptos, seriedad y rigor. Al contrario de lo que se decía el otro día en los micrófonos de la retransmisión yo no creo que esto sea bueno para la Fiesta. Sí, evidentemente, lo es para otra “fiesta” (con minúscula), esa que sólo quiere triunfos y orejas a destajo. Si un matador tiene que dar la vuelta al ruedo con dos rabos… que la dé. Si un torero de alternativa ocupa el palco, algo que debería estar absolutamente prohibido, salvo para el puesto de asesor, por la cantidad de intereses creados que trae aparejados… que lo ocupe. Y así, todo.
Mientras tanto este “mensaje de vida” visto por la pequeña pantalla que supone indultar tres toros de un tacazo provocará, por ejemplo, que el paisano de Villatempujo de Abajo quiera que este año en su pueblo pase lo mismo ¡cualquiera le dice que no, después de haberlo visto legitimado en la tele! Y así, hasta que ya no haya toros de vuelta al ruedo, sino sólo de indulto, que es el camino que llevamos. Por cierto, lo de indultar tres en la misma tarde no es novedad. Ya sucedió en Bogotá (1976) San Cristóbal –Venezuela- (1982) y hace dieciocho años en una placita de México. En el coso venezolano lo hicieron buscando quedarse con sementales españoles de Torrestrella y en los demás pensando que el indulto fácil era el mejor camino, algo que aseguraba el triunfo y el “futuro”. Siguieron esa senda sobre todo en México… y así está ahora aquella cabaña brava y la situación en general. Venezuela sobrevive a duras penas y Bogotá acabó como la plaza de primera española que más indultos aunó en menos tiempo, Barcelona.
Lo mismo soy un equivocado, pero cada día estoy más convencido de que vender como panacea este “mensaje de vida” nos llevará, irremisiblemente, a plantear que la corrida sin muerte es posible. Y algunos profesionales lo apoyarán, al tiempo. Y esa, esa sí que no es mi Fiesta (la que se escribe con mayúscula).
P.S.: Hay un detalle que evidencia de manera brutal la poca importancia que el toro tiene en la Tauromaquia actual. El otro día en Marbella, después de tres indultos y una corrida de magnífico juego que embistió hasta por el rabo, nadie cayó en la cuenta de sacar al ganadero a hombros (lo mismo Julián López Escobar se quitó de en medio, pero de ser así ahí estaba la figura del mayoral). Total, que de allí sólo se fueron en volandas los tres matadores, algo me a mí me pareció un verdadero insulto en tarde de tanto indulto.