Unos vienen y otros van. Y otros están y nunca se han ido. Pero los que tienen que estar están. Comenzó la Feria de Pentecostés en Nimes, se despidió Enrique Ponce de ella y entretanto, orejas con una de Juan Pedro blandita de fuerzas y bajita de presentación. Les cuento…
Cornigacho, de escasa seriedad en su presencia, más bien festivalera de cara y escurrida de carnes fue el segundo de la tarde. Algún lance suelto pudo jalear Enrique Ponce a la verónica entre algodones. Ergo, escaso, muy medido castigo en varas, nuevamente. Tuvo pies el de los rizos en las avivadoras sin embargo, haciéndose más presente en el albero nimeño. Brindis al público, inicio conseguido por doblones, muy ligado, sometiendo por bajo. Se fue viniendo abajo el Domecq, claramente afligido en alturas bajas. Lances uno a uno, pulseados, sostenidos, pero sin transmisión o emoción alguna a la vista. Insistió sin éxito el valenciano hasta llegar a las distancias cortas, ya penosa y decadente danza incluso protestada por el personal. Tocaba matar. Estocada caída tirando a baja, hizo muerte. Silencio.
También notoriamente impropio morfológicamente hablando (por estar por debajo de las exigencias para una plaza como esta, de primera), sobre todo en la conformación de los pitones, era el colorado quinto de la tarde. Suelto salió y no hubo luces en la capa de Ponce. Se le picó mal, quedándose sin toro el varilarguero en primer encuentro, corrigiendo muy trasero, y picando también trasero en el segundo. Se protestó como bien se debe por parte del público. Precaria colocación en banderillas. Brindó Enrique Ponce a Ana Soria, su pareja. Acusó exceso de pico ya desde los inicios, pasándose al animal a una distancia considerable. Sin que diera tiempo siquiera a “lucirse” en dichas veredas, aquí un sevillano quiso arrancarse los pelos cuando comenzaron a sonar los primeros acordes de la marcha “Caridad del Guadalquivir”. Si bien ligó por momentos, la nobleza vacía, boba, del juampedro, quitaba más importancia si cabe a lo que fue ocurriendo. Tampoco lo jalearon en exceso los tendidos, a decir verdad. Y ya cuando llegaron las poncinas, lo vi claro. Coreografía. Ese mismo populismo que achaca la Semana más grande de la ciudad de Sevilla, lo estaba promulgando uno de Chiva en Nimes, delante de un animal más bien indigno. Surrealista, si me preguntan. Menos mal que aquí (de momento) no son de palma tan ligera que en más de una calle de mi ciudad. Esperemos que no derive en ello esto del toro, ni aquí en la Francia taurina, ni en ningún lado. En esas lindes compuso Ponce, que estaba tan a gusto que hasta un aviso le sonó antes de cuadrarse con el estoque. Bajonazo. Pues parece que el personal se animó a la hora de sacar pañuelos, y si ya era poco de premio la faena, menos lo era ahora tras la estocada. Poco le importó al presidente, que concedió el trofeo como si el que iba a recibirlo lo necesitara. Oreja, mal.
El quinto de la tarde pasó por el capote de Alejandro Talavante sin hacer mucho ruido. Fue un animal un punto por debajo de la plaza en carnes y cara, también algo cornigacho como lo fue el 2º. En el caballo se le dio un castigo adecuadamente medido acorde a lo que el animal requirió. Pasó discreto por banderillas, llegando a la muleta con movilidad, que sin ser exagerada, fue destacable teniendo en cuenta el contexto de sus hermanos previamente lidiados. Esa misma movilidad fue la que aprovechó Alejandro Talavante para mostrarse en una versión la cual echábamos de menos. Aun sin tener a un gran toro entre manos, el extremeño se supo hacer ver por encima de su oponente, logrando componerle una faena meritoria con pasajes lucidos los cuales el público agradeció por lo monótono de la tarde. Talavante se mostró de nuevo fuerte al natural, soplando más de un lance bien sometido en vuelos a pesar de que por momentos el toro no supo aguantar dichas alturas. No le supuso impedimento a Talavante, que tras una gran estocada recibió una merecida petición primero, y una excesiva después. Era de una, pero como vino la tarde se le otorgaron dos. Coherente el palco con un criterio incoherente con la categoría de la plaza.
Salió con brío el toro y recibió con garbo David Galván, dejando un recibo a la Verónica el cual fue sin duda el más lucido de la tarde, en el cual rompió a jalear las palmas de los nimeños como escasamente lo habían hecho anteriormente en la tarde. Se fue para los pechos del caballo el burel en el tercio de varas, negro salpicado de capa él, lavadito de cara aunque algo más cuajado de caja que sus hermanos. Se le picó adecuadamente en una pelea sin mayor pena ni gloria. Igual transcurrieron los garapullos, dando paso a la pañosa. Brindó Galván al público. Comenzó clavado como una estaca en los medios, cambiándose la embestida por la espalda, muy ceñido, y continuando al arreo en dichas lindes. Aprovechó bien los quince muletazos que pudo haber a reseñar (sin ser tampoco un techado de clase o profundidad el juampedro) hasta sonándole la música, pero fue pronto el animal a la hora de acortar el viaje, a lo que el torero de la Isla optó por el arrimón, sin querer dejarse nada en el tintero pero a la par sin extenderse en exceso. Supo llegar y cerca estuvo de refrendarlo con una estocada que cayó un poco abajo y atravesado, más bien en el rincón de Ordóñez que dirían, rápida de muerte. Oreja.
Un punto cornidelantero y anovillado en carnes y cara hizo acto de presencia el primero de los juanpedros de la tarde, el cual acusó una notoria falta de fuerzas en el despacioso recibo de David Galván a la Verónica. Muy leve fue el castigo en varas, dos picotazos tal y como requirió su matador, pues no había cabida en el horno para muchos bollos. Cabeceó un poco el burel en los envites banderilleros, aunque dejándose hacer medianamente. Fue breve pero seguro significante para el matador de San Fernando la ceremonia de confirmación de alternativa, siendo tanto así que el propio confirmado brindó posteriormente la muerte del astado a su padrino, Enrique Ponce. El comienzo, próximo a tablas, confirmó una vez más que el toro no tenía carbón de más. Templó Galván. Lo fue viniendo arriba aumentándole las distancias, a lo que el animal fue respondiendo progresivamente. Música. A pesar del cabeceo que por momentos volvía, la muleta del diestro siempre se mostró limpia incluso a pesar del intermitente y molesto viento, que no le impidió componer muletazos de buen calibre, encontrando las cotas más altas de la faena al natural. En resumidas cuentas, todo lo puso el confirmado, y si no hubo más fue porque no tuvo más toro por delante. Por poncinas, supongamos en homenaje al reaparecido, fue cerrando faena, llegando al público a pesar de la ya sequedad del pozo. Con la espada ya montada, ligó con mérito una valiente serie por bernadinas. Perdió el trofeo con la espada, pinchando arriba en dos ocasiones. A la tercera fue la vencida, estocada entera en el sitio, un punto tendida pero rápidamente efectiva. David Galván saludó una ovación.
Por afarolados de pie recibió Alejandro Talavante al colorado tercero, un tanto veleto de cornamenta (aunque lo de las puntas, como en sus hermanos es caso aparte), un punto ensillado y más hecho de cuartos delanteros que de los postreros. Le costó ligar con el capote por sus cortas vueltas, sin hallar lucimiento. En el caballo apenas hubo pelea, por la corta duración de los puyazos, remarcable y excesivamente delantero el primero. Buen hacer de la cuadrilla en palos, mostrándose el animal con mayor profundidad y ánimo en los engaños. Brindis de Talavante al público. Se postró de rodillas en los medios muleta en mano para cambiarlo por la espalda, sin poder llegar a templarlo en dicha disposición por la brusquedad de las primeras embestidas y el viento, pidiendo ambos sitio. Lo fue encontrando de pie a la par que los ataques del toro fueron acortándose y tornándose cada vez más defensivos. La música seguramente sonó a expensas de la disposición del extremeño, pues bien les puedo decir que el de los marfiles poquito atesoraba en cuanto a bravura se refiere. Si algo pudo sacarle su lidiador, fue la constancia en repetición, pero dejen de contar. Completamente parado el colorado en el tercio de muerte, hasta cuatro pinchazos hicieron previa a una estocada que hizo muerte veloz por bien puesta. Silencio
Como decía aquella canción: “That’s just the way it is… some things will never change”. Y ante eso, aunque queramos, poco vamos a poder hacer.
Ponce dijo adiós como quiso, que no será probablemente como queríamos la mayoría. Lejos de mostrarse en su versión más “catedrática” optó por el “arte” desde sus ojos, que generalmente supone pasarse de rosca con animales que poco tienen que ver con aquellos con los que tantas tardes se vio las caras durante su carrera. Merece un adiós a la altura, pero este no es el camino.
El palco pecó de generoso, impropia concesión de premios en una plaza de primera categoría como lo es la de Nimes, más teniendo en cuenta el peso que debería tener la espada.
Y el juego del ganado, pues ya verán. Que dirán los modernos, “se dejaron hacer”. Allá ustedes con lo subjetivo del valorarlo como virtud o como defecto. Pero lo que es un hecho objetivo ni la presentación (tanto en naturaleza morfológica como en lo tocados que iban de pitones) ni la transmisión fueron de parte del encierro.
Pero oigan. Talavante se mostró por encima y servidor hacía tiempo que no lo veía (más por no tener la oportunidad) en esos mares. Y David Galván ilusionó con capote y muleta. Alguna luz tenía que haber. Ahí nos queda esto hasta mañana.
La Reseña
Viernes, 17 de mayo de 2024 || Plaza de toros Arenas de Nimes (Francia) || Feria de Pentecostés
Entrada: Casi Lleno
Toros de D. Juan Pedro Domecq,
- Enrique Ponce (que reaparece), de lila y oro: Silencio y Oreja;
- Alejandro Talavante, de Rioja y oro: Silencio y Dos Orejas;
- David Galván (que confirma alternativa), de azul petróleo y oro: Ovación y Oreja;
Incidencias: al finalizar el paseíllo, Enrique Ponce recibió una fuerte ovación que saludó, invitando también a saludar a sus compañeros de terna.
GALERÍA COMPLETA DE PHILIPPE GIL MIR