La Feria del Pilar no nació como una cita taurina al uso. Surgió del pulso de Zaragoza, de su devoción, su bullicio y su manera de celebrar la vida. A comienzos del siglo XVIII, ya se documentan festejos con “toros de ronda” durante las celebraciones pilaristas. Eran espectáculos populares, más cercanos al rito y a la diversión que a la tauromaquia moderna.
Con el paso de las décadas, la fiesta fue tomando cuerpo. En el siglo XIX aparecen los primeros carteles taurinos del Pilar, signo de una organización más estable. Las corridas se celebraban entonces en cosos provisionales, hasta que la plaza de La Misericordia se consolidó como epicentro de la feria.
El auge del toreo profesional, la llegada de figuras nacionales y el crecimiento de Zaragoza como ciudad impulsaron la identidad de la feria. Para finales del XIX, los festejos del Pilar ya eran un acontecimiento social de primera magnitud: un punto de encuentro entre lo religioso, lo popular y lo artístico.
Así nació la Feria Taurina del Pilar: sin un acta fundacional, pero con raíces tan profundas como la devoción que la inspira. La historia demuestra que en Zaragoza, los toros no fueron un complemento de la fiesta, sino una de sus razones de ser.