El siglo XIX marcó la consolidación definitiva de los toros en Zaragoza y el nacimiento formal de la Feria del Pilar como acontecimiento organizado. Lo que durante el XVIII había sido una costumbre popular y devocional, pasó a adquirir estructura, calendario y protagonismo propio dentro de las fiestas. La ciudad, en pleno crecimiento económico y demográfico, convirtió sus festejos taurinos en una seña de identidad y un reclamo cultural de primer orden.
En esta etapa aparecieron los primeros carteles impresos, que hoy son auténticas joyas del patrimonio taurino. Su tipografía, los grabados y las fórmulas de anuncio reflejan la evolución del gusto y la profesionalización de la fiesta. Los carteles servían para mucho más que informar: eran un instrumento de prestigio para las empresas y una muestra de poder para los toreros. En ellos se leía no solo la alineación de espadas y ganaderías, sino también el pulso social de una Zaragoza que ya competía con plazas como Madrid o Sevilla.
La institucionalización llegó también en la organización. El Ayuntamiento, las cofradías y la Casa de la Misericordia asumieron un papel determinante en la gestión de los festejos, garantizando que los beneficios mantuvieran su carácter benéfico. De este modo, el siglo XIX dio forma a un modelo de feria sólido, arraigado y respetado, que sentó las bases de lo que hoy conocemos como la Feria Taurina del Pilar: una cita donde tradición, arte y civismo se funden bajo la mirada de la Virgen y el eco del paseíllo.