Torrealta y Aguado, unidos por la mano izquierda y un gran pitón

Torrealta y Aguado, unidos por la mano izquierda y un gran pitón

Madrid conmemoraba —aunque para muchos pasara inadvertido— los 86 años de la Corrida de La Victoria, aquella histórica tarde en la que se enfrentaron los partidarios de Marcial Lalanda y Domingo Ortega, y que marcó un antes y un después al silenciar para siempre la música en Las Ventas. Aun así, no falta quien, a mitad de faena, pide que suene la banda, ignorante del simbolismo que encierra ese silencio. Por ello, en un gesto cargado de memoria y sensibilidad, la banda de música decidió rendir homenaje interpretando el mismo repertorio de aquel día.

Pero músicas aparte, la corrida acabó por diluir, con mayúscula decepción, las esperanzas de los toreros y el entusiasmo del público, que volvió a llenar los tendidos atraído por un cartel de altos vuelos, de los que levantan expectación desde el anuncio mismo del abono isidril. Juan Pedro Domecq pinchó con una corrida descastada, falta de raza y fondo, que dinamitó cualquier atisbo de lucimiento. A ello se sumaron las protestas generalizadas por la pobre presentación de los seis toros que salieron por toriles.

No logró lucirse a la verónica Pablo Aguado con el sexto de la tarde, del hierro de Torrealta, que pasó sin definirse por los vuelos del capote. En los primeros tercios, el sevillano hizo siempre todo a favor del toro, que terminó por enseñar un gran pitón izquierdo. Por ahí, Aguado bordó una faena templada, de gran compostura, hilvanando naturales con las yemas de los dedos, plenos de cadencia y estética. El de Torrealta humilló siempre y tomó la muleta con clase, deslizándose por el izquierdo como un avión, lo que permitió a Aguado construir una obra de creciente intensidad que levantó por fin el tono gris de la tarde. La calidad del toro y la entrega del torero se fundieron en un trasteo de fuste que lo proclamó triunfador de un mano a mano desigualado por la dispar condición del encierro. Mató de una soberbia estocada hasta la bola, en todo lo alto, que le puso en la mano una oreja de ley. El toro fue ovacionado en el arrastre.

Salió suelto el segundo de la tarde, protestado desde su aparición en el ruedo por una presentación que no convenció a los tendidos. No se empleó con gracia en el capote de Pablo Aguado, que trató de estirarse a la verónica, pero el toro siempre pasó con mal estilo y las manos por delante. Tampoco se entregó en los dos encuentros con el caballo, donde ‘Espartaco’ no le apretó consciente de la escasa fortaleza del animal. Aguado intentó sacar faena desde los medios, llevándose al toro por bajo y con la rodilla semiflexionada, pero el juanpedro ya había echado el cierre antes de que la muleta entrara en escena. Por más voluntad que puso el sevillano, resultó imposible levantar aquello: el toro pasaba rebrincado, sin entrega, sin querer ir. La labor terminó por apagarse y tampoco anduvo fino con los aceros. Lo despachó de una estocada tendida, que fue suficiente. El toro fue pitado en el arrastre y Aguado escuchó el silencio como única respuesta.

También fue protestado de salida el cuarto de la tarde, que pasó sin gracia por el capote de Pablo Aguado hasta que el sevillano logró dibujar cinco verónicas templadas. En la sexta, el toro perdió las manos antes de poder rematar el recibo. Con garbo, lo colocó al caballo por chicuelinas al paso, dejando al astado en suerte para Salvador Núñez, que lo midió con criterio en dos puyazos suaves, sin exigirle, conscientes ya de su limitada fortaleza. Aguado quitó desde los medios a pies juntos por delantales, y replicó Juan Ortega con unas chicuelinas de gran cadencia que encendieron los tendidos. La faena tomó cuerpo entre los terrenos del 6 y el 7, donde Aguado construyó una gran serie por el derecho, logrando ligar la embestida con temple y armonía. El toro, noble pero escaso de casta, permitió lucimiento parcial, sin llegar a romper del todo. La labor del sevillano estuvo constantemente condicionada por las protestas del tendido 7, que interrumpió en repetidas ocasiones. El toro terminó aplomado a mitad de faena y fue finalmente despachado de un pinchazo bajo que precisó de golpe de verduguillo. El animal fue pitado en el arrastre, y Pablo Aguado fue recompensado con una calurosa ovación.

Juan Ortega elevó el tono desde el primer instante al templar con mimo a la verónica al toro que abría plaza, en un recibo medido pero que ya puso en alerta a los tendidos. El astado empujó en el primer puyazo con mal estilo, echando la cara alta y protestando, síntomas claros de lo que estaba por venir. En el segundo encuentro repitió la falta de entrega, y Agustín Collado levantó la vara apenas sintió el contacto, dada la evidente flojedad del animal. Pablo Aguado aprovechó el turno de quites para dejar unos delantales compuestos, cadenciosos, y rematar con una media que por un instante detuvo el tiempo. Pero cuando Juan Ortega se encontró con el toro en la muleta, ya estaba desfondado, sin motor ni transmisión. Aun así, el trianero lo llevó siempre embebido con enorme sutileza, aprovechando al máximo lo poco que tenía delante. Supo cuidarlo, darle tiempos, entenderlo… pero el toro ya venía apagado desde el principio. Aun en esas, quedaron algunos muletazos con aroma propio, que arrancaron los primeros rugidos sinceros de la tarde. Pinchó en un primer intento antes de dejar una estocada delantera que fue suficiente. El toro, muy protestado por su falta de fuerzas, fue pitado en el arrastre.

El tercero salió, como sus hermanos, echando las manos por delante en el saludo capotero de Juan Ortega, y un traspié le hizo perder las manos y tocar el albero. Tampoco se entregó en sus dos encuentros con el caballo montado por Óscar Bernal, que optó por no exigirle ante la escasa fuerza del animal. El toro, ya desde su salida, mostró una clara condición de manso, que mantuvo hasta el final. En el quite, Pablo Aguado intentó enjaretar unas chicuelinas, pero fue imposible sujetar al toro, que se escabullía sin fijeza. Destacó entonces un gran tercer par de banderillas de Miguel Ángel Sánchez, que fue justamente ovacionado. Ortega se lo sacó a los medios con elegancia, por bajo y de rodillas flexionadas, e intentó edificar faena pese a las deslucidas embestidas de su oponente, que no terminaba de entregarse al pulso templado del trianero. El toro tuvo nobleza, sí, pero también esa constante de reponer al final de cada viaje, lo que impidió que la faena rompiera por completo. Aun así, Ortega dejó detalles sueltos, de esos que calan, antes de que el toro se apagara del todo. Mató de media estocada suficiente. El toro fue pitado en el arrastre y Ortega escuchó el silencio.

Salió también echando las manos por delante como sus hermanos el tercero en el saludo capotero de Juan Ortega, donde un traspiés le hizo tocar el albero con las manos. Tampoco se entregó en sus dos pasos por el equino que montaba Oscar Bernal que no le apretó en ninguno de los dos encuentros. Llegó el toro manseando (condición que mantuvo desde el inicio) al quite que le enjaretó Pablo Aguado por chicuelinas en las que fue imposible sujetar al toro. Gran par de banderillas fue el tercero que lo dejó Miguel Ángel Sánchez siendo ovacionado. Tras sacarse por bajos genuflexos al toro a los medios, intentó Ortega componer una faena ante un oponente que siempre deslucía el pulso que el de Triana imponía en su muleta. Tuvo el toro sevillano la condición de pasar con nobleza pero reponer siempre al final de los viajes, lo cual condicionó la faena para que no llegase a romper nunca en su totalidad. Dejó aún así Juan, momentos con detalles que hicieron eco en los tendidos antes de que el toro se viniera abajo definitivamente.  Le dejó media estocada que fue suficiente antes de que el toro fuese levemente pitado en el arrastre. Silencio para Ortega.

Apenas pudo dejar dos verónicas Juan Ortega en el recibo al quinto, que pasó siempre recto y sin entrega por el capote. Tras dos encuentros con el caballo sin decir nada, Ortega firmó un quite por delantales templados, intentando extraer algo de un toro ya claramente apagado. Lo intentó el trianero con oficio y voluntad, pero la faena fue una lucha constante contra la nada. La descastada condición del astado, sin emoción ni transmisión, fue apagando cualquier atisbo de lucimiento. Los tendidos, ya cansados, empezaron a protestar ante la evidente falta de raza del animal. Ortega pinchó al primer intento, dejó una media estocada que el toro escupió, y tras varios golpes de cruceta, el animal dobló por sí mismo. Fue pitado en el arrastre, y la voluntad del sevillano, aunque sincera, quedó también silenciada.

LA RESEÑA


Plaza de toros de Las Ventas (Madrid) || Catorceava de la Feria de San Isidro 2025

Entrada: Lleno de ‘No Hay Billetes’

Toros de Juan Pedro Domecq y Torrealta (6º),

  • JUAN ORTEGA (Champán y Oro) : Silencio, Silencio y Silencio;
  • PABLO AGUADO (Burdeos y Azabache) : Silencio, Ovación y Oreja;

Incidencias: Actúa como sobresaliente Álvaro de la Calle

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