Las alternativas no se miden solo en números. No basta con contar orejas ni con señalar una puerta grande. Hay alternativas que dejan otra huella: la de quien pisa un escenario mayor con la madurez de quien sabe que ya estaba llamado a ocuparlo. Eso sucedió el pasado sábado en Nîmes con Aarón Palacio.
El aragonés llegaba a la cita respaldado por una temporada de novillero que lo había colocado en boca de muchos. Había dejado claro que su toreo no se sustentaba únicamente en el valor —condición imprescindible, pero no suficiente— sino en esa forma de templar, de sostener la embestida sin estridencias, de dejar correr la muleta con naturalidad. Ese estilo sereno y firme le otorgaba un sitio propio en el escalafón menor.
Con ‘Vicioso’, de Jandilla, se doctoró torero. Y lo hizo como se esperan los gestos grandes: con la muleta asentada y la capacidad de hilvanar faena donde había exigencia. Cortó una oreja. Más tarde, frente al sexto, se entregó de nuevo y selló la tarde con dos trofeos que rubricaron la Puerta de los Cónsules.
Pero lo verdaderamente importante no fueron los trofeos. Fue la sensación que quedó en los tendidos: la de un torero nuevo pero con un poso que trasciende la juventud. Un torero capaz de emocionar sin alzar la voz, de convencer desde la sobriedad, de mostrar que en la tauromaquia todavía hay espacio para la verdad más pura.
En un tiempo en el que el toreo busca referentes y certezas, la figura de Palacio aparece como una bocanada de aire fresco. No porque prometa gestas futuras —que también— sino porque ayer demostró que la alternativa no era un destino, sino el inicio de un camino. El suyo empieza ya, con la responsabilidad de sostener lo mostrado y la ilusión de seguir creciendo.
Ayer no fue un día más en Nîmes. Fue el nacimiento de un matador aragonés llamado a escribir, con tinta propia, un capítulo en la historia del toreo.