Cuando el falso ecologismo prende fuego al campo

Cuando el falso ecologismo prende fuego al campo

Este verano, España vuelve a arder. Lo hace con la crudeza de siempre, pero con un trasfondo que debería hacernos reflexionar: el campo está más indefenso que nunca. Entre hectáreas calcinadas, casas reducidas a cenizas y familias destrozadas, aflora una verdad incómoda: el discurso ecologista que predica la “protección” del medio natural ha terminado convirtiéndose en un enemigo silencioso de la propia naturaleza.

En nombre de esa protección se han dejado de limpiar montes, se han abandonado cortafuegos y se ha demonizado a quienes, durante generaciones, han sido los verdaderos guardianes de estos ecosistemas: los ganaderos de bravo. La dehesa, ese paisaje único que mezcla encinas centenarias, pastos y biodiversidad, no es fruto del azar. Es el resultado del esfuerzo de quienes la trabajan, de quienes, además de criar toros, cuidan cada metro cuadrado, podan árboles, eliminan maleza y mantienen el equilibrio que la naturaleza, por sí sola, no siempre garantiza.

Hoy, mientras algunos celebran discursos ideológicos desde la comodidad de la ciudad, en el campo se entierran animales carbonizados, se lloran proyectos de vida consumidos por las llamas y se contempla cómo décadas de trabajo desaparecen en cuestión de horas. Esa es la paradoja de un ecologismo de escaparate: salvarlo todo sin conocer nada, legislar a golpe de eslogan sin pisar una hectárea de monte seco en agosto.

Los ganaderos, especialmente los del toro bravo, no solo son motor económico y cultural; son la pieza clave de un sistema que garantiza biodiversidad real. Gracias a su trabajo, los suelos se limpian, las dehesas se oxigenan y se protege a especies que, sin esa gestión, estarían condenadas. La tauromaquia, tantas veces atacada desde esa misma óptica ecologista, es uno de los pilares de la conservación de estos espacios. Y no lo decimos solo los taurinos: lo dicen los propios datos sobre mantenimiento de la dehesa y diversidad animal en fincas bravas.

Si de verdad queremos proteger la naturaleza, debemos escuchar más al que la habita que al que solo la teoriza. Porque lo que hoy arde no es solo campo: es cultura, historia y vida. Y si seguimos confundiendo ecologismo con abandono, pronto no quedará nada que proteger.

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