En su regreso a la televisión, Mariló Montero dio una lección que va mucho más allá del simple debate sobre toros. Se atrevió a poner sobre la mesa lo que muy pocos se atreven a decir en público: que Televisión Española, sostenida con el dinero de todos, se ha convertido en un altavoz sectario que margina a quienes no comulgan con una determinada línea ideológica. Y lo hizo en la peor plaza posible: rodeada de un público entregado a su adversario, con un presentador que prefirió la burla a la palabra y la sonrisa despectiva al argumento.
David Broncano, con el desparpajo del cómico que nunca ha tenido que jugarse nada serio en su vida, decidió embarrar el ruedo. En vez de debatir sobre la evidente falta de pluralidad en RTVE, redujo el diálogo al tópico manido del supuesto maltrato animal, con la cara de falsa sorpresa y la risa condescendiente de quien se sabe protegido. Fue un ejemplo claro de cómo, cuando faltan razones, se recurre al barro: interrumpir, ridiculizar, manipular.
Mariló Montero, sin embargo, aguantó el tirón con serenidad. Defendió con firmeza que la tauromaquia es un arte y una tradición que no solo forma parte de la cultura española, sino que ha salvado al toro bravo de la extinción. Recordó, además, algo que debería ser obvio en una democracia: que el respeto debe ser mutuo, tanto para los que no gustan de los toros como para los que los viven con pasión.
La sonrisa sobradora de Broncano no es un gesto inocente: es la representación de una falta de respeto hacia millones de aficionados, hacia una periodista que tuvo el valor de alzar la voz en terreno hostil, y hacia una tradición que forma parte del patrimonio cultural de nuestro país. Porque lo que estaba en juego no era solo la tauromaquia, sino la libertad de pensar distinto en una televisión pública que debería ser de todos y para todos.
Mariló salió por la puerta grande del debate, mientras Broncano, en su propio plató, quedó retratado: un cómico convertido en censor, incapaz de aceptar que la verdad puede molestar más que un buen chiste.