Tiene ANOET por delante un reto mayúsculo en un toreo que respira un aire parecido al de hace veinte años. Basta con analizar la composición de su comité para comprobarlo: los de siempre, pero como nunca. Entre la junta directiva y los vocales se entrelazan viejos nombres y conflictos judiciales entre empresarios que comparten asiento en la misma mesa. No es un detalle menor, y sin embargo, ahí están, al frente de lo que se presenta como la unión del sector en defensa del empresariado taurino.
Y uno se pregunta: ¿en pro de qué?. Porque ANOET, que ya supera los cuarenta años de historia desde su fundación en 1977, nació precisamente para representar lo que el toreo lleva décadas reclamando: una estructura sólida, un trabajo de fondo durante el invierno que permita mejorar el sistema. Pero esa labor, simplemente, no se ve.
En los años que llevo observando este mundo —y ya son unos cuantos—, no he percibido avances, sino todo lo contrario. El empresariado taurino se hunde entre impugnaciones y luchas internas por arrebatarse las plazas, en un juego de trileros donde el más hábil no es el más justo, sino el que más llena el bolsillo. Y todo ello se reviste de modernidad, como si “los nuevos tiempos” justificaran el desmantelamiento del toreo desde dentro.
Ahí está el ejemplo: Movistar, que fue una ventana sólida para la tauromaquia, cayó bajo la presión de algunos que hoy ocupan sillón en la junta directiva de esa patronal que dice abanderar la unidad del sector. Prefirieron apostar todo a la televisión pública —que tiene su mérito, pero depende del color político del Gobierno— antes que consolidar un proyecto independiente y sostenible. Y mientras tanto, se aceptan pliegos que saquean al empresario, desincentivan la organización de festejos y alimentan el discurso antitaurino. Ese es, por desgracia, el ANOET que hoy conocemos.
Cabe preguntarse, entonces, qué medidas ha tomado la patronal en más de cuatro décadas. O se ha trabajado y ha fallado la comunicación —algo difícil de creer—, o sencillamente no se ha hecho nada. Me temo que lo segundo es lo cierto. En cuarenta años de existencia, el toreo ha retrocedido a pasos agigantados. Algo falla en una patronal que ha funcionado como una casa de paso, donde entran y salen nombres al ritmo de sus intereses personales.
ANOET debería mirar más allá del beneficio inmediato y pensar de verdad en el futuro del toreo. Por ejemplo, en recuperar Barcelona, donde legalmente se pueden dar toros pero nadie traza un plan para reconquistar un territorio perdido. Resulta irrisorio, pero es real: el toreo dio la espalda a una ciudad emblemática y ni siquiera intenta volver a tenderle la mano.
Tampoco existe un proyecto serio para plantar cara en la Ciudad Condal con una estructura sólida que permita, aunque sea, organizar una corrida al año, un pequeño paso hacia una gran causa. Pero no: nada de eso figura en la agenda.
La televisión, que pudo ser el gran vehículo de difusión, la reventamos desde dentro. Y así seguimos, sin apuestas firmes ni compromisos reales, porque el mayor interés sigue siendo llenar el bolsillo propio.
Si uno hace un breve repaso —sin entrar en los muchos fundamentos que excederían esta columna—, concluye que ANOET ha perdido más de cuarenta años sin resultados tangibles. Sería como imaginar a la FIFA destruyendo el fútbol durante cuatro décadas: inconcebible.
Solo hay que entrar en la web de ANOET para comprobarlo. La actividad comunicada se limita a un balance de festejos al final de temporada, algo que cualquier medio taurino publica con el mismo rigor y detalle. Para eso no hace falta una patronal.
Ojalá esta prometida “nueva ANOET, más ágil y operativa”, cumpla con lo que anuncia y trabaje, de verdad, por el bien del toreo. Porque trabajo no falta, pero hace falta valor, convicción y, de vez en cuando, apartar la mirada del bolsillo para alzarla hacia el horizonte de una fiesta que, hoy por hoy, sigue a la deriva.

