Tiene el toreo la maldita costumbre de dejar los asuntos político-sociales para última hora. La Iniciativa Legislativa Popular (ILP) #NoEsMiCultura era una realidad desde que se presentó el 4 de enero de 2024. Un año y ocho meses después, empezamos —solo ahora— a tomarnos el asunto en serio. Así somos.

Cuando en su día saltó la noticia, la reacción del sector fue mínima: se limitó a reconocer que nos encontrábamos ante un riesgo real de desaparición. Nadie en la profesión se puso seriamente manos a la obra para frenar aquello ni para presionar jurídicamente en el Congreso con el fin de evitar su avance. Apenas se habló del tema en los medios generalistas —y aunque entiendo que muchos no estaban dispuestos a abrir espacio al toreo, no deja de ser significativo que sí se lo concedieran a los grupos antitaurinos, en franjas de prime time.

No sé si alguien en el sector intentó de verdad acceder a las grandes pantallas con el propósito firme de defender lo que es lógico y lo que ahora quieren destruir. Lo que sí sé es que ninguna de las grandes figuras se ha manifestado con claridad, ni en redes ni en medios de comunicación, sacando la cara por la tauromaquia que les da de comer y que les ha llevado al lugar que hoy ocupan. Y cuando algún torero más modesto ha intentado alzar la voz, no han faltado quienes lo tacharan de “satélite”, como si el problema no fuese con todos nosotros. Una actitud que, por desgracia, no sorprende.

Recuerdo haber escuchado a un profesional decir: “No te preocupes, es imposible que aquello salga adelante; el toreo tiene demasiada fuerza”. Pues bien: pam, en toda la cara. La ILP ya ha entrado en trámite parlamentario y la postura del PSOE será decisiva. Y conviene subrayarlo: la gravedad de que esta iniciativa prospere es mucho mayor de lo que algunos parecen creer.

Si se aprueba la ILP, la tauromaquia dejaría de estar amparada como patrimonio cultural en toda España, y cada comunidad autónoma tendría la potestad de decidir si se celebran festejos o no. Eso abriría la puerta al caos: regiones enteras —con el norte a la cabeza— quedarían prácticamente arrasadas, y otras comunidades que hasta ahora aguantan aprovecharían la oportunidad para acabar con las corridas en sus ciudades.

Ahora, cuando el agua ya llega al cuello, empiezan a aparecer defensas y comunicados. Un problema que deberíamos haber afrontado en serio durante todo el verano se nos ha echado encima en silencio. Después vendrán las excusas: que si en plena temporada no había tiempo para dar la cara, que si no era el momento. Pero quizá sea yo demasiado exigente con un sector que parece vivir instalado en la resignación y en la vieja máxima de: pan para hoy, hambre para mañana.

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