Sin rivalidad, el toreo pierde el pulso

Sin rivalidad, el toreo pierde el pulso

Foto: Juan Romero Prieto

Prácticamente ya habíamos olvidado lo que significa la rivalidad entre dos toreros que se juegan el tipo cada tarde. Aquella competencia encarnizada que hacía vibrar a las plazas parecía un recuerdo lejano, algo que muchos solo conocíamos por lo que contaban los libros o las hemerotecas. Las generaciones más jóvenes, como la mía, nunca la vivimos en directo. Nos limitábamos a leer y a imaginar aquellas tardes en las que la gloria y el orgullo se disputaban de tú a tú en el ruedo.

Hoy, en una sociedad donde el colegueo se ha convertido en norma —y ojo, que no por ello se evitan las puñaladas por la espalda—, hemos sustituido la rivalidad franca y pública por una camaradería de escaparate, edulcorada, como si la vida fuera una película de Disney. Pero la vida, y mucho más el toreo, es dura. La rivalidad en el toreo no desapareció por simple simpatía social, sino porque el nivel del escalafón bajó.

Se dirá que se torea mejor que nunca, y puede ser cierto. Yo no viví en persona los años 80 y 90, solo en vídeos —que no es lo mismo—, pero el pulso competitivo entre las figuras, ése que mantenía en tensión a la afición, se diluyó.

Por eso el toreo necesitaba un Roca Rey y un Morante dispuestos a medirse sin concesiones. Desde la retirada de El Juli, el peruano reinaba sin oposición clara. La irrupción de un rival que le plante cara ha devuelto al aficionado ese cosquilleo previo a cada cartel. No olvidemos que los duelos han sido parte esencial de la historia: Joselito “El Gallo” y Juan Belmonte a principios del siglo XX; El Cordobés y Paco Camino en los 60 y 70; Paquirri y Dámaso González…

Años hacía que no surgía una rivalidad de esta magnitud. Y es necesaria, porque siempre que haya competencia, el toreo seguirá vivo. Hoy vemos plazas llenas, público joven, toreros recuperando la esencia del toreo antiguo y hasta cosos que vuelven a dar festejos tras años de sequía.

Solo queda una asignatura pendiente: comunicación y publicidad. Ahí el toreo aún tiene un terreno enorme por conquistar. Pero el camino, esta vez, no parece equivocado.