Dicen que el toreo se ha politizado. Y es verdad. Pero no por voluntad propia, sino por una obligación casi impuesta. Cuando la política invade lo que debería funcionar con normalidad, el silencio deja de ser una opción.
La Diputación de Zaragoza lleva semanas acaparando un protagonismo que, de hacer bien su trabajo, jamás debería tener. Escuché una vez que si nuestros políticos fueran realmente eficaces, apenas sabríamos sus nombres. La realidad es la contraria: se hacen visibles por sus malas gestiones, por decisiones que generan conflicto y por ocupar, día tras día, titulares que invitan a la reflexión. O a la preocupación.
No se trata solo de que la Diputación siga sin sacar a la luz el pliego prometido —que debía haberse publicado el miércoles de la semana pasada según algunas voces—, sino de algo aún más grave: la negativa a permitir que las escuelas taurinas entrenen en la plaza de toros de Zaragoza. Una decisión que ha destapado, sin máscaras, el verdadero motor del antitaurinismo dentro de la institución.
El PSOE y sus socios de izquierda, que votaron en contra de la moción presentada por el Partido Popular y respaldada por VOX, han impuesto su criterio aprovechando su mayoría en la Diputación. El resultado es tan simple como desolador: adolescentes que sueñan con ser toreros vuelven a entrenar en la calle, privados de la que debería ser su casa natural. Todo ello sin argumentos sólidos, sin una explicación coherente y, desde luego, sin sentido común.
Resulta casi irónico escuchar que el toreo se politiza cuando unos proponen y otros actúan de forma sectaria. Más aún cuando hablamos del mismo partido que hace apenas unos meses reconocía al toreo como cultura al tumbar en el Congreso una ley que pretendía derogar su protección legal. Hoy, en Aragón, ese mismo partido actúa frontalmente contra el propio toreo. La incoherencia no necesita subrayado.
Estos vaivenes, carentes de un ideal firme, retratan a una formación política que parece haber perdido el rumbo. Cambiar de opinión según convenga —como ocurre en la cúspide del partido— deja en evidencia a un grupo que poco o nada conserva de lo que fue. Y eso duele. Porque cuando alguien se atreve a denunciar estas injusticias, rápidamente se le coloca una etiqueta ideológica. Sin embargo, ser taurino no es ser de un partido: es contar la verdad. Y la verdad, por desgracia, se basta sola para dejar al descubierto a la política sin necesidad de proclamas.
La Diputación de Zaragoza ingresa importantes cantidades de dinero gracias al toreo. Cifras que muchos aficionados ni siquiera imaginan cuando se sientan en los tendidos. Unos ingresos que, sin embargo, no se reinvierten en absoluto en la propia plaza ni en la actividad taurina. El abandono es visible y clamoroso.
Ahí está la cubierta, con goteras y un deterioro evidente, que apenas nadie se atreve ya a accionar por miedo a que termine de romperse. Una cubierta que salió a licitación en octubre de 2022 por 627.000 euros y que, tres años después, sigue sin repararse. Se desconoce si hubo empresas interesadas, porque la transparencia brilla por su ausencia en la gestión de los recursos que el toreo genera en Aragón.
La cubierta es solo un ejemplo. Las rejas exteriores de la plaza, sucias incluso en plena feria, evidencian la misma dejadez. Limpiarlas supondría un gasto. Y parece que la consigna es clara: recaudar sí, invertir no.
Así está el toreo en Zaragoza. Y que los chavales no puedan entrenar en su propia plaza no es una anécdota: es el síntoma más claro de una Diputación que ha decidido dar la espalda a la tauromaquia, guiada únicamente por intereses políticos. Triste, pero cierto.

