Pocos extranjeros han comprendido tan bien el alma de San Fermín como Ernest Hemingway. El autor estadounidense no solo se enamoró de Pamplona, sino que convirtió sus fiestas, sus encierros y sus corridas en materia literaria. Desde entonces, su nombre quedó ligado para siempre al toro y a la capital navarra.
Fiesta, la novela que cambió todo
En 1926, Hemingway publica The Sun Also Rises (Fiesta, en español), una obra que se convertiría en piedra angular del imaginario de San Fermín. Ambientada en Pamplona, la novela retrata a un grupo de expatriados estadounidenses que acuden a las fiestas en busca de evasión, intensidad y sentido. Aunque la historia habla de desarraigo y desesperanza, lo que fascinó a los lectores fue la fuerza del escenario: una ciudad que ardía en fiesta y una plaza donde se lidiaba la verdad.
Gracias a Fiesta, miles de extranjeros comenzaron a mirar a Pamplona con otros ojos. Lo que para los navarros era una tradición, para el mundo se volvió una revelación.
Un visitante fiel de la Feria del Toro
Hemingway visitó Pamplona por primera vez en 1923. Aquel joven periodista, aún desconocido, quedó impresionado por la emoción del encierro y la autenticidad del toreo. Volvería casi cada año durante las décadas siguientes, haciéndose habitual en el bar Txoko o en el Café Iruña, donde escribía y observaba.
Le fascinaban figuras como Juan Belmonte, el revolucionario del toreo, o Antonio Ordóñez, con quien mantenía una relación de admiración mutua. En los años 50, incluso narró su rivalidad con Dominguín en su reportaje The Dangerous Summer.
Más que un aficionado
Hemingway no era un turista exótico ni un curioso ocasional. Comprendía el toreo desde dentro, con respeto, con pasión y con palabras precisas. Lo describía como un arte trágico, con códigos propios y una conexión ancestral con la muerte. Fue uno de los primeros escritores internacionales que defendió la tauromaquia como una expresión cultural profunda.
Y esa mirada suya, intensa y sincera, fue clave para que muchos empezaran a entender qué ocurría de verdad en el ruedo.
El legado en Pamplona
Hoy, Hemingway tiene su propio monumento frente a la plaza de toros. Su figura de bronce, apoyada en la barandilla, parece seguir observando la entrada de los toros cada mañana. También hay una habitación con su nombre en el Hotel La Perla, donde solía hospedarse. Pero su huella no es solo física: está en la narrativa misma de San Fermín, en la internacionalización de la fiesta, en el respeto que despertó en quienes lo leyeron.
Hemingway no fue un simple visitante. Fue, en muchos sentidos, el primer gran embajador mundial del toro.