Al dar un izquierdo, me acordé de Paula

Al dar un izquierdo, me acordé de Paula

El pasado fin de semana se celebró en la ciudad de Murcia una procesión Magna Jubilar en honor a la Virgen de la Esperanza de Calasparra. En dicha peregrinación acudieron quince hermandades de toda la región con una única advocación para plasmar la Pasión de Cristo en las calles de la capital. Desde mil novecientos quince, una imagen sacra —exceptuando la patrona de la ciudad— no marchaba desde las monumentales puertas del barroco español. Para la mayoría de asistentes, resultaba la primera vez que su fe aventaba los sones del himno nacional en pórtico ajeno. Allí acudimos todos los capillitas de esta tierra, que es en estos días cuando se siente propia: unos para contemplar esta extravagancia y quedar embelesados ante la empresa salzillesca, mientras otros, para obrar sentido en dicha obra siendo los pies del Señor.

Eran las cinco de la tarde. Una cuadrilla de ochenta tíos ataviados con oxford negro, calceta oscura, camisa blanca, traje negro y corbata de raso morada, en silencio, ausentes y rodeados de las devociones de dichos pueblos, aguardaban su hora firmemente en el trascoro de la Catedral de Murcia. Paralelamente, de cuna gitana, fruto de la savia granaina, reposaba la madera tallada de Eduardo Espinosa, que horas más tarde debía crujir y ceder bajo la última obra de un hijo de Salzillo. Sánchez Lozano fundió su cincel en la corona de espinas del Santísimo Cristo del Rescate para su Lorca barroca, y ahora Murcia entera debía conocer el significado de tal empresa.

Una hora más tarde, al compás en el que el sol se escondía y la luna alertaba de la inmediatez de la cita, a sones del himno nacional y bajo la responsabilidad de mostrar la concepción de un pueblo que abarrotó tierras foráneas, Lorca hizo aparición en Belluga. Fue allí, entre flashes de móviles y cámaras de televisión, cuando al dar el primer izquierdo me acordé de Paula.

Para aquellos taurinos que no hayan visto andar al Cristo del Rescate del Paso Blanco de Lorca, es a los varales lo que De Paula al toreo. Hay matadores de toros y hay toreros, al igual que hay pasos que “pasan” y otros que andan. Pues este último anda y torea como ninguno. Este último es jondo, es gitano; este último tiene reservada la responsabilidad de dar un izquierdo y poner a todo el mundo de acuerdo, como Paula lo hacía con una media. Este último, vestido de nazareno y azabache, se presenta solo ante la bestia, ausente aunque en plenitud, en la plenitud de un cautiverio existencial que debe mostrar al pueblo para su rescate con materialidades que en escasas ocasiones ven la luz y que no todo el mundo es capaz de comprender.

Paula al Rescate, y el Rescate a Paula: la fragilidad de unas rodillas de caoba policromadas en oro, la mesura perpetua de una sombría aparición por un marmolado arco de medio punto, la música callada de un Jueves Santo de madrugá. El mentón hundido en el pecho exclamando clemencia, el olor a calas e iris amarillas y moradas, el retorcimiento de sus muñecas al ser llevado preso y, siempre, el crujir de los olés de su gente ante un arrebato emocional reflejado en un cambio de ritmo, en un izquierdo.

Eterno Paula. Eterno arte.

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