Morante de La Puebla da de comer a media España. No se puede interpretar de otra manera el apabullante océano literario que inunda las redes acerca del encontronazo con Roca Rey en El Puerto de Santa María. Decenas de plumas, como buitres a la carroña, han visto la oportunidad de plasmar su análisis en los diarios taurinos. Yo, como morantista acérrimo, pero ante todo aficionado —como ya he manifestado en diversas ocasiones—, no podía ser menos. Todo ha explotado: era cuestión de tiempo.
Me van ustedes a perdonar la rigidez y prontitud de mi lenguaje, al cual no les tengo acostumbrados, pero la ocasión lo merece debido a la ausencia de carácter que se le está imprimiendo al tema:
Comencemos.
Las faltas de seriedad, compromiso y respeto a la profesión están a la orden del día en la difícil temporada de Andrés Roca Rey y eso, el aficionado y los propios matadores, se lo tienen en cuenta.
Morante de La Puebla, con el que se venía acartelando de forma recurrente en años anteriores, está cuajando la mejor temporada de su vida y la mejor que recuerdan muchos aficionados. Para este Andrés, que había estado viviendo en los pueblos de un toreo tremendista, superficial y justificado en los números —díganme ustedes qué arte es cuantificable—, es muy complicado seguir enganchando al público, muchos ya aficionados, con la misma faena premeditada de siempre. Particularmente, cada vez que me toca lidiar con él, me entretengo con un pequeño juego: apunto en una lista los pases y desplantes que va a ejecutar junto al propio orden que seguirá y, según se van cumpliendo, los voy tachando de la lista. No tienen que acudir a un casino para cantar un bingo: vayan a una corrida de Roca Rey. Además, no hace falta que sepan de toros, porque a él tampoco le importan.
Dicho esto, sí. Como diría Manolo Guillén, “Ahora todos somos Morantistas”. Aquellos aficionados que no siguen la fiesta y cuya deriva corresponde a la de las modas y habladurías ya son morantistas. Ya no le tiran almohadillas ni responden con el tal filosófico argumento de “Es que Morante solo torea cuando quiere”. Ahora le defienden sin comprenderlo por el simple hecho de la modista triunfalista que veníamos denunciando en el peruano. Todo el mundo quiere ver a Morante, da igual dónde y con quién. El cetro del toreo siempre estuvo bajo su poder, pero ahora, el cetro del reconocimiento público —prensa, jóvenes y empresarios— lo tiene el de La Puebla. La palabra del sevillano ha llegado a todos los rincones del país. Y es lógico que un torero de aceptación pública, que busca contentar y llenar en vez de torear, se vea mermado. Le han robado su bien más preciado: el protagonismo. Véase en la cantidad de entrevistas concedidas tras el bombazo de José Antonio en ABC, donde relata su difícil enfermedad. Él prefirió hablar de amoríos.
Comentaba que Roca Rey ha tenido faltas de seriedad, compromiso y respeto ante la afición y los propios toreros. Así lo veo yo. Una figura del toreo no puede elegir corridas completas como ha hecho con la de Victoriano del Río; no puede acartelarse siempre con el mismo encaste y los mismos espadas; no puede vetar a las actuales figuras del toreo por no poner en riesgo su imagen de César, obligando a la afición a asumir precios desorbitados por carteles sin ningún tipo de rivalidad y matiz taurómaco. Una verdadera figura del toreo se preocuparía por la imagen exterior de la tauromaquia y la deriva elitista y sectaria que viene tomando. Una verdadera figura del toreo se obligaría a llegar a su hora a la corrida, a saludar a sus compañeros e interesarse por el albero para el transcurso del espectáculo y jamás quedarse veinte minutos más en el hotel sabiendo que se iba a posponer el inicio y “dejar el muerto” al director de lidia. Una verdadera figura del toreo tendría respeto y conciencia por el animal salido de chiqueros, cuidándolo como es necesario para su aprovechamiento, más cuando no le pertenece su lidia. Una verdadera figura del toreo hablaría con respeto al jefe de filas y jamás, jamás, le mandaría a fumarse un purito tranquilito.
Andrés Roca Rey tiene muchos frentes abiertos por la deriva mencionada. Aun así, hay unos cuantos que se atreven a tildar de rivalidad una simple respuesta ante una falta de respeto.
Ni se abre una nueva época del toreo ni es una rivalidad. Rivalidad es la de Belmonte con Gallito, que en ocho años lidiaron todo tipo de reses en las ferias más importantes, con los espadas más importantes, en mano a mano y en un total de 258 tardes. Además, ambos suponen las bases del toreo moderno, viéndose esta supuesta nueva rivalidad huérfana de moral y debate artístico: solo torea uno. En cambio, se sigue hablando de la obra gallista y belmontista. Se hablará de la morantista, pero ¿qué se dirá de Andrés? ¿Que ha aportado al toreo?
Morante da de comer a media España, incluido Roca Rey. Nunca antes había acaparado tantos titulares.
Sinceramente, siempre le había tenido respeto —lo creo necesario—. Ahora, por sus espantás y farfullas, solo espero que la historia le ponga en su lugar. El toro ya le ha puesto: a la cola.