Llegado el último tramo de la temporada taurina española he llegado a la conclusión de que el público de toros ha cogido definitivamente los derroteros del triunfalismo sea cual sea la plaza. Y esa coletilla final es la que preocupa, porque ni ahora ni hace veinte años nos iba a sorprender que en Burgos o Murcia, por poner el ejemplo de dos abonos “amables”, se cortaran cada tarde una espuerta de orejas y rabos, entre otras cosas porque el público las pedía y esa es la idiosincrasia de tal tipo de ferias. Como lo era, también, el de la inmensa mayoría de todas las plazas de tercera. Y no pasaba absolutamente nada.
Pero ahora esa falta de rigor se ha ido contagiando y será que ya peinamos algunas canas –unos más que otros- pero la perspectiva que dan los años hace ver cómo han cambiado muchas cosas en esas plazas que antes eran mascarón de proa y marcaban el norte de lo que era el discurrir del año taurino. La primera de ellas, Madrid, la joya que nadie de los que primero conocimos la gestión de Manolo Chopera y después la de los hermanos Lozano intuíamos que podía acabar convirtiéndose en un macrobotellón juvenil. Y mira que los Lozano, artífices de aquello del “lucro cesante” cuando la televisión, han sido siempre especialistas en rentabilizar al máximo su gestión, pero ni se les hubiera pasado por la cabeza que Las Ventas cayera en tal degradación a costa de recaudar más leña. El problema…que no pasa nada.
Y, ¿qué decir de lo que estamos viendo en los palcos? Sentencia un dicho que “el animal más manso del mundo es una oveja…y necesita un pastor”, figura que en este caso estaría representada por el presidente, quien debe servir de “guía” no a los aficionados de solera, sino a aquellos otros que necesitan ir forjando sus conceptos. Pero claro, qué van a aprender si, por ejemplo, presencian cómo se dan orejas a mansalva o cómo se devuelve un toro por el sólo motivo de su condición de manso o, en el lado opuesto, se perdona la vida a un toro que no ha merecido ni de lejos ese premio. Y si encima eso lo ven por la tele, vaya usted ahora a explicarle al paisano que no se puede hacer, si él ha visto con sus ojitos cómo eso acontecía en una feria de campanillas. El problema… que no pasa nada.
Claro, que algunos dirán que la culpa de todo esto la tiene la prensa taurina, que no denuncia determinadas cosas y demás. Pero, salvo contadas y honrosas excepciones, de aquella crítica que había hace treinta años ya no quedan ni las cenizas. Hoy en día todo se trata de remar a favor de obra, vaya a ser que el torero, o mejor, el apoderado de turno, se enfade y retire los banners o las páginas de publicidad que tiene contratadas. O, lo que es peor, que se cabree de verdad y no pague las que ya se han publicado, adeuda y con las que se cuenta para poder pagar las nóminas de la poca gente que aún queda en ella.
Conocí hace años el caso de una máxima figura del toreo que le echó una bronca al director de cierto medio taurino muy importante porque no le había dedicado el titular de una corrida… ¡en tierras mexicanas! Hace años ya de eso, así que si ocurrió entonces, cuando tenían mucha menos ascendencia y poder sobre los medios, qué no pasará ahora. Aunque, la verdad, casi que prefiero no saber. Eso sí, luego hay otros colegas que ya llevan intrínseco en su ADN el peloteo, lo cual, por otra parte, también te asegura palmaditas en la espalda y total ausencia de problemas tanto con toreros como con ganaderos. Por cierto, no hace mucho un criador de postín, de esos que están en todas las ferias, me preguntó cómo había salido la corrida que un colega suyo había lidiado el día anterior en una localidad cercana. Le di opinión, que por cierto era absolutamente opuesta a la que él había leído en un portal de cuyo nombre no debo acordarme. Su respuesta, tras asegurarme que lo que yo le estaba contando era exactamente lo mismo que le había relatado un banderillero, también figura, que había toreado dicha corrida fue “si es que… ya no se puede leer a la prensa taurina, porque no te puedes creer nada de lo que dice”. Me dejó a cuadros, la verdad, y al tiempo me invadió la desazón, porque el mismo sistema que está fomentando e imponiendo este “buenismo” a rajatabla luego critica a los que, bien por obligación, bien por necesidad, lo llevan a cabo. Pero, a su vez, y aunque a golpe de vista suene incongruente, echan de menos y valoran a la crítica seria y ponderada que pese a todo aún sobrevive. El problema…que no pasa nada.
Pongo otro ejemplo que también afecta a los míos. Desde hace años confecciono todos los años un archivo donde tienen cabida muchísimos espectáculos, y de un tiempo a esta parte me las veo y deseo para poder reseñar los avisos que tienen lugar en plazas de segunda y no digamos ya de tercera, porque se obvian como si esa figura no estuviese recogida en el reglamento, como si no hubiera tenido toda la vida su peso específico y, sobre todo, como para no molestar. A tal punto llega el tema que he comprobado fehacientemente y con gran tristeza que incluso en periódicos de tirada nacional, uno de los cuales publica una sección taurina de categoría, una de sus redactoras no reseña un aviso así se juntase el cielo con la tierra. Será que no le gustarán los relojes… Y, hablando de relojes ¿habéis observado cómo en cantidad de plazas se ha puesto otra vez de moda aquello de que las mulillas tarden muchísimo en arrastrar los toros, con lo cual las peticiones de oreja tienen tiempo para crecer y ejercer presión en el palco, que la mayoría de las veces acaba cediendo? El problema… que no pasa nada.
Sin embargo estos son los tiempos que nos ha tocado vivir, los de la laxitud y el triunfalismo como justificación diaria de un espectáculo que tiene otros muchos cimientos en los que sustentarse, precisamente los mismos en los que debería intentar hacerlo y no en estos pies de barro actuales. Porque, evidentemente, todo no es malo ni muchísimo menos, pero tampoco absolutamente todo es bueno, que es el camino al que desde hace años nos quieren vender y hacia el que poco a poco nos están llevando. Como decía al principio, deben existir aficionados de todo cuño, uno más expertos y otros más atraídos por el lado menos exigente de la Fiesta. Pero lo que no puede ser es pasen cosas como, por poner un ejemplo, la que me ocurrió el otro día, donde tras un indulto de estos de ojaneta en un pueblo la espectadora que estaba sentada a mi derecha me preguntó muy seria “¿verdad que al toro este lo han indultado porque ha sido muy bueno, no? pero ahora ¿a que va el torero y lo mata ahí dentro?”. Por un momento creí que me estaban haciendo una cámara oculta y un discípulo de Manolo Summers andaba grabando un remake de aquel “To er mundo e güeno”, sólo que en plan taurino. Que, tal y como están las cosas, habría sido hasta posible…y no hubiera pasado nada.

