Visto que, la semana pasada, el uso de latinajos en el artículo sobre el ministro Urtasun Catilina, quedó bien, vengo hoy con otro. Que para eso en ToroLive somos gente culta y de idiomas, que no se diga.

Cogito, ergo sum, que decía Descartes. Pienso, luego existo.
Y algo similar debieron decir los aficionados de Osuna el pasado sábado.
Veniae, ergo sum o, lo que es lo mismo: indulto, luego existo.

Porque no me dirán, los que presenciaron, que no tuvo guasa la cosa.
Un toro de bandera – eso es indudable, lo cortés no quita lo valiente –, un presidente cumpliendo a rajatabla el reglamento, un torero que no sabía que hacer, un público que quería fiesta y un ganadero que se negaba a llevarse al toro de vuelta al campo.

El espectáculo estaba servido.
Show must go on, que dirían los anglófilos, aunque el latín siempre sonará mejor.

Saben quiénes me conocen que no tengo por costumbre escribir crónicas sobre tardes a las que no puedo asistir, ni aunque las vea por televisión, puesto que cualquiera que haya estado en la plaza habrá visto mil detalles o matices más que yo. Pero hombre, espero que entiendan que escriba hoy sobre la pandemia que lleva años invadiéndonos, la de la denominada Indultitis.

Y les hablo con conocimiento de causa, puesto que, aunque no tuve la ¿suerte? de estar en Osuna el sábado, sí que viví algo parecido en Lucena hace un par de años, claro que fue culpa mía por arriesgarme a ir aquella tarde a la plaza: Finito de Córdoba en solitario, con dos toros de Fuente Ymbro y dos de Torrehandilla y, para más INRI, con José Mercé al cante. Pero para cantada, la de Juan Serrano y su compinche el presidente. Dos avisos le dieron al de Sabadell, al mismo tiempo que, por gestos, el presidente pedía que siguiera, el público chillaba y la banda de música tocaba esa taurínisima marcha que es Mi Amargura. El toro, un manso pregonado desde que salió, volvió a corrales.

Pero esperen, que al me voy por las ramas hablando. Mi idea no era hablar de Finito, sino del otro gran protagonista – o antagonista, qué sé yo – que tuvo aquella tarde en Lucena, ya que es el mismo protagonista de la tarde de Osuna: el público.

Porque hemos llegado a un punto en el que, si el que va a la plaza no tiene de qué presumir cuando se junta en la barra del bar con sus compadres, la tarde ha sido un fracaso. Y claro, para que esto no ocurra, siempre tiene que haber algo destacable.

¿Y cómo se consigue que haya algo destacable cada tarde?
Sencillo, forzándolo todo hasta el extremo. Es indiferente que hablemos de indultos, de Puertas Grandes del tamaño de la puerta del Imaginarium – una gran pérdida su cierre, por cierto –, o incluso de cornadas. Sí sí, han leído bien, yo he escuchado en un bar a dos visitantes de una plaza – me niego a llamarlos aficionados – presumir de que habían visto una cornada. A ese punto hemos llegado.

Claro, díganle ustedes a las 6.500 personas que caben en la plaza de toros de Osuna, que la palabra del ganadero, que no quiere llevarse el toro al campo, vale más que la de ellos, que quieren ver un indulto con el simple objetivo de tener un pretexto para tomarse una – o más – a la salud de toro y torero.

¿Quiénes se creen estos ganaderos para decir los toros que quieren en el campo?
Si aquí lo importante es que, si hay indulto, hay alegría, como decía José Mota.

Veniae, ergo sum; indulto, luego existo.

En fin, que nos leemos la semana que viene, que tengo que recordar más latinajos y declinaciones para la próxima columna.
Latine loquor, ergo sum.


¡Ah! Que se me olvidaba.
Espectacular la faena de Antonio Ferrera ante el no-indultado quinto de la tarde.

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