El pasado martes 2 de diciembre, en los Reales Alcázares de Sevilla, y como culminación a los actos conmemorativos del 120º aniversario de la creación de la Real Unión de Criadores de Toros de Lidia, se presentó el Libro Verde del Toro Bravo. Más de trescientas páginas dedicadas a poner en valor al toro no ya sólo desde el prisma de la Tauromaquia, sino con otra perspectiva que, en este mundo tan globalizado, se antoja incluso más importante de puertas afuera: el de la ecología, el de la importancia que el ganado bravo tiene a la hora de ser clave para, por ejemplo, la implantación y supervivencia de un ecosistema tan extraordinario como la dehesa.
El libro, de gran formato, recoge varios testimonios de gentes que lo viven en primerísima persona, por cuanto están dados por diferentes ganaderos, en los que queda más que clara la decisiva influencia del toro bravo en el entorno. Por ejemplo, José Murube cuenta cómo se asombran algunos visitantes de su finca “La Cobatilla” cuando les cuenta que si no fuese por el toro todas las encinas, acebuches y arboledas que contemplan estarían arados y sembrados de cereal. Abundando en ello Fermín Bohórquez narra la transformación de tierras de labor medias en dehesa, lo que hizo que en poco tiempo se regenerase en ellas toda la fauna y flora autóctona que con el uso de fitosanitarios se había perdido. Otro relato impactante es el de Borja Domecq, ganadero de Jandilla, que hace unos meses sufrió un incendio devastador en su finca “Los Quintos”, de Llerena. Relata Borja cómo, dentro de la virulencia de las llamas, fue fundamental el hecho de que la finca estuviese “pastoreada”, lo que hacía que, al no haber pasto de altura, el fuego pasase con rapidez, haciendo el menor daño posible tanto en la arboleda como en el terreno. Justo lo contrario ocurrió en las zonas más tupidas del monte a las que el ganado no accede. En ellas el fuego se cebó hasta calcinar todo a su paso, con lo cual la regeneración de ese terreno será cuestión de muchísimo tiempo.
Y, como esas historias de campo, de cómo el ganado bravo ha sido, es y será un guardián natural de la dehesa, hay cientos en un tomo que, además, cuenta con un apoyo muy de agradecer en los tiempos que corren. Es el de diferentes personalidades que, unas más aficionadas, otros menos, no han dudado en apoyar públicamente lo que significa el toro bravo, cuando lo cómodo ahora parece ser ponerse de perfil. Gentes de todos los gremios que van desde Plácido Domingo a Alfonso J. Ussía, Mario Sandoval, Sol de la Quadra-Salcedo, Rubén Amón o María Rey expresan su opinión (y la escriben) sobre el toro de lidia desde puntos de vista muy distintos, pero todos ellos enriquecedores. Mención aparte merece la aportación de ese sabio contemporáneo que es el psiquiatra forense José Cabrera, quien durante una de las mesas redondas que tuvo como marco la presentación del tomo hizo una encendida defensa de los valores que siempre fueron consuetudinarios a ese tótem que es el toro bravo. Valores que en esta sociedad, todo sea dicho, cada vez se echan más de menos.

Lo visto, y lo leído, invita a varias reflexiones. La primera es que cómo vista la grandeza que tiene todo el universo que rodea al toro de lidia y a su crianza, esta puede ser una actividad tan desconocida para la gran mayoría. Algo que es tan apasionante para todo aquel que ha tenido la suerte de conocerlo, y que acapara miles de hectáreas en la península ibérica, se quiere vender desde determinados sectores con peso específico en bastantes sectores de la sociedad como una especie de gueto al que tratan de equiparar con las explotaciones bovinas intensivas, pareciéndose una cosa a la otra lo que un huevo a una castaña.
Ese, el ecologismo de moqueta, de salón, de comisión, el de los ecolojetas que viven del chiringuito, de la subvención, pero que luego son incapaces de distinguir una ortiga de una malva, ha ido calando a lo largo de las últimas décadas en el inconsciente colectivo, hasta el punto de que mucha gente (demasiada) aún vive con la idea de que un toro bravo (y su crianza) difiere poco, o nada, del de un ternero charoláis, frisón o limousin. Afortunadamente, esa tendencia se ha conseguido revertir poco a poco y los ganaderos han tenido mucho que ver en ello.
La primera, y muy acertada medida, fue abrir las cancelas a una actividad que estaba vedada para el común de los mortales y sólo al alcance de unos pocos privilegiados. Conocer el campo bravo es enamorarse de él al instante, y los criadores hace ya tiempo que se dieron cuenta de ello. Hoy en día son muchas las ganaderías que ofrecen visitas guiadas con acceso a un tentadero. Y, de acuerdo que eso supone una fuente de ingresos nada despreciable para la maltrecha economía campera, pero sobre todo tal actividad hace que mucha gente pueda ver en directo cómo es el hábitat en el que se cría el toro bravo y cómo es ese bellísimo animal en libertad. Y eso es lo verdaderamente importante.
La pena es que con la cantidad de grandes trabajos videográficos que se han hecho en ganaderías, algunos con medios técnicos de máxima calidad (permitid que ahora arrime el ascua a mi sardina y recuerde las últimas temporadas de “Por las Rutas del Toro” en el Canal Toros de Movistar) estos han quedado en la casi totalidad de las ocasiones circunscritos a televisiones privadas, cuando cualquiera de esos capítulos, con categoría de documental, donde debería de emitirse es en La2 de Televisión Española con la correspondiente difusión. Pero no es así, y se da la triste paradoja de que cualquier amante de la naturaleza que no sea aficionado a la Fiesta sabe más del despioje de los monos del Serengueti que de cómo se cría un toro bravo que a lo mejor sólo está a cien kilómetros de su casa. Y eso, lo diga quien lo diga, es una aberración.
Como esas circunstancias, hay muchas más, demasiadas. Y entre otros motivos ha sido para intentar paliar cosas así que la Real Unión de Criadores de Toros de Lidia se puso en marcha hace ya muchos meses para elaborar este Libro Verde. El equipo comandado por Lucía Martín, directora ejecutiva de la entidad, y conformado por Laura Landeta, Pilar Arnaiz, David Plaza y sobre todo Eva Peña, que se lo ha currado cum laude, trabajaron sin descanso para que el proyecto pensado por la Junta Directiva de esta institución centenaria fuese una realidad abarcando todos los ámbitos posibles.
Entre ellos el de la parte técnica, coordinado por José Carlos Caballero y que se ajusta perfectamente a aquella sentencia que dice “dato mata a relato”, porque con sus datos, contrastados y objetivos, habla de la verdadera dimensión que tiene la cría del toro bravo. La misma que muchos, incluidos políticos, niegan, intentado tapar el sol con un dedo. Pero este libro viajará a Bruselas, estará en la mesa de muchos tecnócratas que, cosas de la vida, a pesar de estar a muchos kilómetros de distancia tienen capacidad decisoria sobre gran parte del futuro de una especie única como es el toro bravo y de la que desconocen casi todo. Una raza que es tan nuestra como la Península Ibérica y a la que, creedme, debemos defender como gato panza arriba. Nos va mucho en ello. Más de lo que pensamos.

