Quiero empezar esta columna con un dato: Este que les escribe nunca había llorado en una plaza de toros. Nunca, háganme caso.
Nunca, hasta el día de ayer.
Nunca, hasta haber visto a Juan Ortega, el de Triana, cortar dos orejas en la Maestranza.
Ah, y una pequeña advertencia; posiblemente, esta no sea mi columna mejor escrita, ni la que más me he pensado, pero sí les aseguro que es la más sentida de cuantas he escrito.
Y ahora, permítanme pasar al contenido de esta columna que, por cierto, pasa ya a ser semanal y no quincenal.
Según el Diccionario de la Real Academia Española, la pureza es «aquella cualidad de lo puro». Y si nos vamos a la definición de la palabra puro, la primera de las acepciones explica que lo puro es aquello «libre y exento de toda mezcla de otra cosa».
¿Entienden ya por dónde van los tiros, no?
Porque todo esto nos lleva a un nombre, un solo nombre: el de Juan Ortega.
Porque Juan ha demostrado – para quien aún dudaba de su capacidad – que su toreo es lo puro y lo auténtico; lo difícil hecho sencillo. Lo complicado hecho simple. Lo distinto, viendo el toreo que impera actualmente, pero a la vez lo de toda la vida.
Lo de Triana; y por tanto, lo de Belmonte.
Y lo de sus sucesores.
Lo de Curro Puya «Gitanillo de Triana» y lo de Cagancho.
Lo de «el Paula» y lo de Emilio Muñoz.
Y todo ello, al compás del pasodoble «Manolete».
Y encima de todo, brindado a Pepe Luis Vázquez.
Díganme si no significa esto que todos los astros se alinearon.
La pureza es eso.
Y así es el toreo de Juan.
Su toreo es el que pega el pellizco y el que te levanta del asiento, ya sea en el tendido o en el sofá de tu casa, al final de cada muletazo. Al final de cada trinchera de esas eternas que da Juan.
Les puedo asegurar que me levanté del tendido en la segunda tafallera del quite al toro de Luque. Y me volví a levantar en el inicio de faena al sexto de la tarde.
Y no me volví a sentar hasta que, abatido, lloré.
Su toreo es el que hizo enloquecer a Sevilla. Convertirla en un manicomio – ¿recuerdan aquel “la plaza es un manicomio” cuando toreaba Curro?
¿Y recuerdan aquella frase de Pepe Alameda en su Hilo del Toreo; «La plaza parecía literalmente echar humo, no es que parecía, es que lo echaba: ese vaho que se produce cuando una multitud apresura el jadeo»? Pues sí, les aseguro que ayer, la Real Maestranza, echaba humo mientras un trianero se dejaba el alma delante de un toro.
Todo eso, lo hizo ayer Juan Ortega, el de Triana.
Y sí, por si fuera poco, también me hizo llorar.
