Juan Ortega será uno de los grandes alicientes de la Feria de Latacunga que comienza hoy a partir de las 15:30 hora local (10 y media de la noche en España), cuando haga el paseíllo junto a Alejandro Talavante y la novillera Olga Casado para lidiar reses de Huagrahuasi y Triana, propiedad del empresario y ganadero José Luis Cobo.
Ayer, Juan Ortega aterrizó en el aeropuerto de Quito y marchó a la finca de Cobo para tentar unas becerras junto al novillero ecuatoriano Sebastián Zurita, que tomará la alternativa este sábado en Latacunga. Después de deleitar a los asistentes al tentadero cuajando dos becerras bravísimas, compartió sus sensaciones antes de su cita con la afición ecuatoriana.
Vienes expresamente a Latacunga para un solo festejo, cuando lo normal es que los toreros aprovechen el viaje y toreen además en Perú o en México, por ejemplo. ¿Por qué te merece la pena?
Ya hace dos años también vine sólo para torear en Latacunga, aunque es cierto que aquella vez toreé la corrida de toros y el festival, pero personalmente me llena, me alimenta, lo disfruto mucho: sensaciones nuevas, otro público, otras embestidas… No sé qué tiene América pero es como si te liberaras de ataduras, de esas cosas que te atenazan en España. Es como si aquí se soltara uno la melena.
Por desgracia no viviste el esplendor de Quito. ¿Qué te han contado de aquella feria?
Que era la mejor feria de América, y además es que me lo ha dicho muchísima gente. Pero precisamente porque aquello nos lo quitaron, los toreros españoles tenemos la obligación, el compromiso, de venir a Latacunga, de apoyar esta ciudad donde sí hay toros. No todo en el toreo son las plazas grandes y el dinero.
Nos ha llamado la atención cómo te has entregado con las becerras, incluso hasta el punto de ser volteado. ¿Por qué?
Por varias cosas, y lo he hablado con el maestro (se refiere a José Luis Cobo) porque él también me ha comentado lo que dices. Hay sitios que te transmiten sensaciones especiales, y esta finca, con tanta solera, con estos paisajes… me fascina. Aquí da gusto torear. Y por otro lado, me he entregado así por el maestro. Yo sé que siente el toreo, que lo huele, que disfruta cuando ve torear bien, y he toreado consciente de que él me estaba mirando.

Pero es que parecía que estabas en una plaza llena delante de un toro…
Es que me he dado cuenta de que lo que uno no intenta en el campo, no es capaz de hacerlo luego en la plaza. Por lo menos a mí me sucede eso. Uno llega al campo y tiende a ponerse más facilón, más acamperado, y dejas un poquito al lado la pasión, la búsqueda de tu toreo. Eso no debe ocurrir.
En el campo se ve también a veces la progresión de los toreros. ¿Haces ahora cosas que ni hubieras intentado hace por ejemplo tres años?
Sí. Cada torero tiene sus miedos, sus límites… y como no te obligues no sales de ahí. Recuerdo una conversación con José Luis Moreno. Me decía que cuando algo me naciera de dentro, que lo intentara aunque las circunstancias no fueran las mejores. Por el toro, por el viento… Y me aseguraba que los animales pasaban cuando un tío se ponía ahí de verdad, a conciencia. Y es cierto. Porque, aunque el muletazo no salga perfecto, la intención de querer hacerlo de verdad es lo principal. Eso de la intención se lo he escuchado a Rafael de Paula. Al principio no lo entendía, hasta que me di cuenta de lo que quería decir. Esa verdad, esa pasión la percibe el público antes que un muletazo con más perfección técnica.
¿Qué sensación te causó el público el público de Latacunga cuando viniste hace dos años?
Pues mira, se nota que es una afición más joven, más nueva, y quizá no tienen ese punto de exigencia de otros sitios. Pero en cambio -y me ha sucedido también en otros sitios- cuando me puse a torear con la verdad y el compromiso del que te hablaba antes, la gente lo captaba enseguida, entraba en lo que estaba haciendo. La verdad del toreo es algo universal.
¿Por último, por lo que has podido palpar en la plaza y en los tentaderos, cómo es el toro en Ecuador?
Hace dos años, la primera vez que vine aquí, toreé una vaca bravísima. Era una mañana estupenda y de repente se puso a llover como yo no había visto en mi vida. Fue algo precioso, con ese animal y yo los dos empapados de agua, el suelo embarrado… Me dije: “Estoy en Ecuador”. Esa vaca fue incluso mejor que las de hoy, que han sido muy importantes, pero en general lo que veo con las becerras e incluso también con los toros es que el denominador común es la movilidad. Hay veces que entre serie y serie te tienen que cortar el toro porque tú te despegas para comenzar de nuevo pero él te sigue, no te deja vivir. Es un ganado noble pero con mucha raza que a veces te saca el aire, y más a los toreros que venimos de fuera, que no estamos acostumbrados a esta altura y nos afecta la falta de oxígeno.

