La foto de la vergüenza

La escena era solemne, como lo ameritaba la ocasión. Julián López “El Juli” se alzaba como el gran homenajeado recogiendo el Premio Nacional de Tauromaquia, recibiendo el reconocimiento por su brillante trayectoria. En un salón repleto de personalidades, entre ellos los Reyes de España, el aplauso era generalizado, símbolo de respeto hacia una tradición cultural que, nos guste o no, forma parte del tejido cultural de nuestro país. Pero no todos parecían estar a la altura de las circunstancias.

La imagen de Ernest Urtasun, ministro de Cultura, negándose a aplaudir junto a su número dos, quedará en la memoria de muchos como la “foto de la vergüenza”. Una fotografía que no solo demuestra el profundo sectarismo que encarna una parte de la clase política, sino que también pone de manifiesto la falta de respeto hacia la pluralidad cultural y la posición que, por su cargo, debería defender. Urtasun, al rehusar aplaudir, no solo traiciona su deber institucional, sino que olvida que su sueldo incluye la responsabilidad de representar y respetar a todas las expresiones culturales, más allá de sus opiniones personales.

El Juli, en un gesto que lo eleva por encima de estas mezquindades, le tendió la mano a Urtasun. Un saludo que no buscaba reproches, sino mostrar el talante y la elegancia que define a los grandes. Urtasun respondió por puro compromiso, casi con desgana, dejando claro que el respeto no formaba parte de su agenda en ese momento. La actitud del ministro fue un claro reflejo de un desdén que, lamentablemente, se está haciendo cada vez más frecuente entre quienes ocupan cargos de poder y se niegan a cumplir con las responsabilidades inherentes a su puesto.

La tauromaquia, más allá de las polémicas y debates que siempre la han acompañado, es una tradición arraigada profundamente en nuestra historia y en nuestro patrimonio cultural. Y aunque se pueda estar en desacuerdo con ella, negarse a reconocer el valor y la trayectoria de quienes han dedicado su vida a este arte es una falta de altura política. Urtasun, con su actitud, no solo deshonra el cargo que ocupa, sino que además lanza un mensaje preocupante, que la cultura, para él, es selectiva y condicionada a sus propias creencias.

Como coordinador del capítulo de la Fundación Toro de Lidia en Albacete, no puedo sino expresar mi indignación ante este gesto. La cultura no es ni puede ser motivo de divisiones partidistas o sectarias. Es patrimonio de todos, y como tal, debe ser respetada y defendida. Un ministro de Cultura, más que nadie, debe ser el primero en comprender esto.

Lo que se presenció en esa sala fue más que una falta de aplauso, fue una afrenta al espíritu de respeto institucional y cultural que debería prevalecer en cualquier democracia. En lugar de aprovechar la ocasión para demostrar que puede estar por encima de sus propias ideologías, Urtasun decidió mostrar una faceta que deja mucho que desear en un representante de la cultura de nuestro país.

El Juli, en cambio, con su mano tendida, nos recuerda que el respeto y la dignidad personal siempre estarán por encima de las agendas políticas ensalzando los valores que representan al mundo taurino. Quizás, es esa lección la que algunos deberían aprender si pretenden estar a la altura de sus responsabilidades.

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