No se mata lo que es arte,
ni se apaga una pasión,
que la Fiesta es patrimonio
del alma y del corazón.
Estas palabras, que me surgieron hace unos días desde la emoción compartida de quienes amamos el toreo, resumen hoy mejor que nunca el espíritu de lo sucedido. Porque, pese a quienes insisten en anunciar su final, la Tauromaquia ha vuelto a triunfar, seguirá siendo patrimonio cultural de España.
Y no por azar ni por indulgencia política, sino porque la razón, la ley y la historia la amparan. Porque el toreo es cultura viva, con raíces profundas y savia nueva, una expresión artística que ha sabido resistir modas, silencios y campañas de desprestigio.
Se equivocan quienes confunden discreción con ausencia o prudencia con pasividad. La Fundación del Toro de Lidia ha defendido, una vez más, la Tauromaquia con el rigor que exigen los tiempos, con argumentos jurídicos, con solvencia institucional y con la convicción de que la batalla de la cultura no se libra a gritos, sino con razones.
Mientras unos agitaban pancartas, otros trabajaban desde el derecho, la estrategia y la legitimidad democrática. El resultado habla por sí mismo, la tauromaquia sigue viva, reconocida y protegida.
Esa es la verdadera victoria. La de quienes creen en el respeto a la ley y en la fuerza silenciosa de la verdad. La de quienes entienden que el futuro de la Tauromaquia se construye desde la inteligencia, no desde el ruido.
No hay vergüenza en la serenidad, ni cobardía en la sensatez. Hay compromiso, hay método y hay una fe inquebrantable en que el toreo, como el arte verdadero, siempre encontrará el modo de renacer.
Por eso hoy, más que celebrar una victoria jurídica, celebramos un símbolo, el de una cultura que sigue latiendo en los ruedos, en las escuelas taurinas, en las plazas llenas y en el corazón de quienes la aman.

