Queridos lectores, ha entrado julio, ya estamos en verano. Su llegada altera la cotidianidad del aficionado más puro, acrecentando aquello que emana de las más remotas entrañas: el instinto torero. Cada vez más, el taurino parece percatarse de la condición que supone contar con más horas libres entrando en un estado de sensibilidad casi ritual: ir a la playa, “emperifollarse” de lino, acudir a tu chiringuito de confianza a por una rubia bien fría, fumarse un buen habano y replantearse la idoneidad de su persona para ser el protagonista de la biografía de Julio Iglesias. Pura torería. Duro verano me espera; no sé si seré capaz de estar a la altura.
Entre todas estas obligaciones figura una de agradable carácter: ver y escribir de toros. A vuestro pesar, me tendréis que sufrir con más asiduidad. Los siguientes tres meses suponen el punto álgido de la temporada taurina. Se dan más toros que en ninguna otra etapa del año. Y, cómo no, también se deben leer toros. Porque sí, para ver toros hay también que leerlos.
Entre una larga lista de libros pendientes, el elegido para la inauguración de mi verano ha sido «Cuando suena el clarín», de Gregorio Corrochano. Obra clásica fundamental que atisba conceptos básicos para la concepción de la corrida.
Paralelamente al comienzo del estudio de la obra, la tarde del pasado sábado, un viejo conocido: Rubén Sanz, volvía a su plaza: Soria. Rubén, de cuarenta y seis años de edad, es uno de los nombres más reivindicados por los aficionados en las redes sociales para figurar en los caducos y obsoletos carteles a los que nos tienen acostumbrados. Además, se solicita su confirmación en Madrid, entre los cuales un servidor se incluye. El soriano afrontaba la tarde con pleno compromiso, siendo consciente de la cantidad de miradas que atraería la cita. Alternar el móvil con el libro resultaría la tónica de las próximas horas.
La calurosa tarde avanzaba entre clarines y timbales, al mismo tiempo que una divertida tiraera intelectual —como llamarían ahora los chavales— entre Corrochano y el disfrutón de Ernest Hemingway. En el tiempo en el que los cronistas taurinos actualizaban el curso de la tarde y los buenos aficionados inundaban las redes con vídeos de la faena, aprovechaba para seguir desentrañando el libro. Hasta que llegué a cierto punto.
A la vez que Rubén hacía frente a su primer toro, Corrochano comenzaba a hablar del temple. Lo definía así: como la aptitud en la que se ponen de acuerdo instintos con movimientos. Se templa en el toreo cuando se busca la armonía del movimiento del toro que acomete y la mano que torea. Pero para templar hay que saber torear, y no solamente torear. Sí, han leído bien. Para hacer lo que estaba haciendo y hace Rubén Sanz en las plazas de toros no basta con torear: hay que saber torear. Hay que saber identificar las cualidades del toro: tendencias, morfología, fuerza, terrenos, altura. Hace falta adecuar la faena a lo demandado por el animal, porque no se olviden de que lo primordial en una plaza de toros, aunque suene absurdo, es el toro, y no el torero. Sin toro no existe toreo, y por tanto, torero.
Pues bien, Rubén estaba siendo capaz de adecuarse a lo demandado, medir la fuerza, aplicar la altura correspondiente y sobreponerse a las adversidades, ejemplificando la teoría de Corrochano. Todo ello acompañado de un manejo sobresaliente del temple y de un concepto puro y vertical que pone en evidencia las tendencias estéticas triunfalistas de los guardabarreras de nuestros tiempos.
Qué difícil tiene que ser para ciertas figuritas llenar plazas, elegir ganado, aparecer en todos los medios, tener una vida llena de lujos y no complacerse con lo que hacen, por lo que viven y se dejan la vida. Cuánto tiene que pesar en la conciencia de estos ricos desalmados. Pues a esas figuritas les digo: quédense con sus lujos y sus tardes premeditadas, con sus trajes de Armani y su público indolente; que yo, como aficionado, me quedo con la historia, me quedo con el arte, la pureza y, sobre todo, con los toreros que viven por y para el toro, y no del toro.
Rubén Sanz, espero verle pronto por estas plazas de Dios.
Suerte, y siga luchando. Puede tener la conciencia tranquila: está en el lado correcto de la historia.