La Puerta de Hierros ya está cerrada, hasta el año que viene, donde, en los últimos compases del siete de septiembre, se volverá a abrir como lugar de encuentro, dando paso a los diez días más festivos de la ciudad de Albacete. El jolgorio, la diversión, y la fiesta, se entremezclan con los quehaceres de los ciudadanos albaceteños, que, en esos días, intentamos que sean los menores posibles. Toca ir al disfrute, y, entre ellos, para un gran número de albaceteños, se encuentran los toros.
Grata fue la acogida de los carteles de este año, siempre con los matices que cada aficionado introduciría en ellos, para hacer la feria de sus sueños. La tendencia descendente del abono se revirtió, y la riada de personas que acudieron a ver los festejos fue significativa, llegando a colgarse el cartel de no hay billetes. Albacete goza de buena salud en los tendidos, donde las edades, profesiones, ideologías, y demás cuestiones diferenciadoras se entremezclan, entre olés, vítores y protestas. Pero esta gallina de los huevos de oro hay que cuidarla, respetando a todos los factores implicados.
Comenzando por el Rey de la fiesta, el toro bravo. Bastante cuestionable la presencia de los astados lidiados los días de figuras, donde el toro de Albacete brilló por su ausencia. Es decir, sigue la dinámica habitual de los últimos tiempos. En el aspecto ganadero, se ha de destacar, principalmente, los astados lidiados en segundo, tercer y cuarto lugar el día de Victoriano del Río, así como la corrida de La Quinta (una tarde para el recuerdo), donde se pudo contemplar al toro bravo en estado de gracia, llegando a concederse dos vueltas al ruedo (de la petición de indulto al cuarto toro, de nombre Limonero, mejor achacarlo a los excesos de las comidas del sábado), concediéndose también el mencionado premio a Adrián, de Jandilla, penúltimo toro lidiado por El Juli en el albero albaceteño. Aunque estos toros merecieron el olé del público, otros tantos levantaron los bostezos de los presentes, y los vítores se transformaron en ingeniosas protestas capaces de sacar una sonrisa, pero no, de solapar el fiasco.
Eso mismo pasó la tarde del día trece, donde el coso casi se llenó para ver a Diego Urdiales, que sustituía a Morante, Manzanares y Talavante, lidiando una corrida de Núñez del Cuvillo. Aburridísima, faltó la emoción del toro, y, probablemente, quien fue por primera vez a la plaza, no volverá a pisarla, no por disgusto, si no, por ser un tostón como una Catedral. Pareció que se tocó fondo, en una feria, donde, hasta entonces, no había habido toros que destacasen, precisamente, y, los trofeos concedidos, no habían contado con la unanimidad de los asistentes. A excepción, lógico, de Diego Ventura, que pareció poner de acuerdo a gran parte de los presentes, con una faena que demostró porque es uno de los ídolos de “La Chata”, mostrando, qué es torear a caballo. El ganadero de los Espartales le acompañó a hombros, mientras que Andy Cartagena y Lea Vicens cortaron una oreja. En el caso de la amazona francesa, los tendidos pidieron como locos la segunda oreja, denegada acertadamente por la presidenta. Los gestos y las formas posteriores de la rejoneadora no fueron los más adecuados, teniendo en cuenta el respeto que merece todo trofeo pedido por el público, aunque continuasen insistiendo en el doble premio una vez que se habían llevado ya al toro.
Ese es otro aspecto a valorar para conservar el fortín de Albacete, primera plaza de las de segunda. La exigencia a la hora de dar trofeos. En las tardes de figuras, parece una batalla perdida, donde las orejas, en ocasiones, parecen repartirse como los panes y los peces. No analizaré uno por uno a los distintos triunfadores, quienes fueron Sergio Serrano, José Fernando Molina, Andy Cartagena, Lea Vicens, Emilio de Justo, Sebastián Castella, Paco Ureña y El Cid. Rufo, De Justo y El Cid, hubieran sido merecedores de ser considerados triunfadores indiscutibles de la feria, si la tizona hubiera entrado sin dificultades. Pero no fue así, por desgracia, y no pudieron ver remendadas sus grandes obras. Por la puerta grande, salieron Diego Ventura, Miguel Ángel Perera, Juan Leal, El Juli y Roca Rey. Depende de a la persona que se pregunté, habrá más o menos unanimidad, pero, en líneas generales, todas ellas se caracterizaron por una generosidad manifiesta. Faltó la rotundidad que pusiera en conformidad a los presentes. Además, en su última tarde, El Juli recibió un obsequio por parte del Ayuntamiento, y otro por la Fundación del Toro de Lidia, en consideración a toda su carrera. El cariño de esta plaza a Julián es incalculable. De entre las muchas faenas suyas, me viene a la memoria una en la que, ante un chaparrón que ni a Noé le parecerían cuatro gotas, estuvo hecho un torero que se viste por los pies. Hasta siempre, torero.
Mención aparte merecen los novilleros, todos ellos salieron a hombros, demostrando que Albacete tiene jóvenes promesas, y que, en la cercana Valencia, hay un chaval que quiere dar el cante en este planeta de los toros. Ellos son, respectivamente, Manuel Caballero, Samuel Navalón, Alejandro Peñaranda, Francisco José Mazo, y el valenciano, Nek Romero. En cuadrillas, se debe mencionar las actuaciones de los hombres de plata Morenito de Arles, Fernando Sánchez, Javier Perea, Sergio Blasco y David Adalid. En el tercio de varas, donde Albacete no se pone de acuerdo sobre si está bien o mal ejecutada la suerte, destacó la pelea entre Juan Bernal y Distante (Victoriano del Río) y de Javier García y Jabato (La Quinta)
El tercer pilar es el espectador, que, en estos momentos tan complicados para la Fiesta, donde los ataques y la demagogia es el pan de cada día, debe ser tratado con sumo mimo y delicadeza. No se entiende, por ejemplo, las largas colas de los primeros días, donde la plaza estuvo bastante lejos del lleno, situación en la que sería compresible dicha tesitura. Tampoco, la suspensión del día diecisiete, donde la lona brilló por su inexistencia, y, tras dicha decisión, el diluvio se evaporó, y entre nubes que escondían al sol, nos tocó pasar del Plan V, de los Victorinos, al Plan C, de las Carpas, y lo más cercano al mundo taurino que se vio fue a Paquirrín de DJ en la Ay Carmela. No se sabe qué hubiera pasado con la lona puesta, pero sí, que el sentir general tras aquella tarde fue de que se podía haber hecho más. Y no solamente entre los locales. Allí había aficionados venidos de rincones de la provincia, como La Roda o Tarazona, y foráneos, como los provenientes de la murciana Calasparra. ¿Quién les devuelve el viaje, y el mal sabor de pensar que no se usaron todos los medios disponibles? Cierto es, que, desde la barrera, y a toro pasado, todo es más fácil. Pero hagan lo posible por cuidar al público, que es pilar importante de esta Fiesta.
Toca guardar la almohadilla. Otro año más, la aldea gala albaceteña resiste. La Feria Taurina de Albacete ha concluido, sin el pastel final, tras la mencionada suspensión. Nueve tardes de toros (sin contar la novillada sin picadores, concurso de recortes, y la previa desencajonada), en las cuales, en mayor o menor medida, las voces de miles de aficionados han acompañado la faena de, unos hombres, que luchan contra el tiempo moderno, donde se censura el espectáculo más veraz. El ser humano, enfrentado a su destino finito, mortal, y con una capa y el ingenio, logra sobrevivir tras pisar el umbral infinito, reflejo del final del camino. Y, con esa ilusión de un niño que abre un regalo el día de Reyes, volveremos el año que viene a ver con qué nos sorprenden esos artistas rebeldes y a contracorriente, que reciben el nombre de toreros.