PABLO AGUADO, EL HEREDERO (AL) NATURAL
¿Otra vez, Nacho? ¿Otro artículo sobre los toreros sevillanos? ¿No hay más temas?
Pues sí, ooootra vez un artículo sobre los toreros sevillanos.
No era mi intención escribir esta semana ni sobre Pablo Aguado ni sobre las fuentes de las que bebe, de verdad lo digo… Pero claro, después de verlo torear en la Plaza Real, y después de homenajear a Pepe Luis (q.e.p.d.) cómo lo hizo ¿cómo no iba a escribir sobre él?
Y es que cada vez que veo torear a Pablo, sea en persona o en vídeo, siempre pienso en lo mismo: es el último eslabón – ¿o quizás el penúltimo? – de una cadena de toreros especialmente particulares, con un estilo, un compás y una forma de ser propia. Una cadena de toreros que, por cierto, está de luto.
Porque Pablo Aguado es el heredero natural – no de sangre, pero sí de “adopción” – de dos grandes sagas sevillanas que, además, comparten uno de sus apellidos: los Vázquez y los Martín Vázquez. En su obra magna sobre la Tauromaquia, José María de Cossío los diferencia de una peculiar manera. Los Vázquez de San Bernardo y los Martín Vázquez de la Macarena.
Y sí, por supuesto que Pablo es el heredero de ambas dinastías, pues ha heredado de ellos más de lo que se puedan imaginar.
De los Vázquez de San Bernardo, es el heredero de naturalidad, tanto en la cara del toro, enfundado en el traje de luces, como fuera de la Plaza.
Del primer aspecto, su herencia ante los toros, hay poco que decirles que no sepan ya, su manera de colocarse, de citar, de conducir la embestida del toro… Todo bebe de San Bernardo. Por no hablar de su capote. Quizás muchos no hayan reparado en este dato, pues dudo que sean tan jartibles como este que les escribe, pero si lo comprueban, verán que Pepe Luis Vázquez Garcés falleció un 19 de mayo de 2013. Y verán también que un 19 de mayo, de 2021 en este caso, Pablo Aguado, en Vistalegre, hizo uno de los mejores recibos a la verónica que mis ojos han visto, toreando como lo que es, el digno sucesor del Sócrates de San Bernardo. Saben perfectamente de qué recibo les hablo ¿A que sí? Aquel en el que toreó taaaan despacito.
De la naturalidad fuera de la plaza solo les diré una cosa: todo el mundo que ha conocido a alguno de los Vázquez, recalca que eran personas naturales, con un carácter y una forma de ser especial, que los hacían diferentes a todos los demás; por su amabilidad, sus formas… Buenas personas, en conclusión. Pues bien, permítanme contar una breve anécdota para ilustrar cómo es el Pablo Aguado persona, no el torero.
El pasado octubre, en una visita a Sevilla, cerca de las siete de la mañana, y comiendo churros en un kiosko junto al Puente de Triana, me encontré con Pablo Aguado. En un primer momento no pensé que fuera él, estaba en la barra pidiendo de espaldas, no había mucha luz y, al fin y al cabo, llevaba un peinado y una vestimenta común, nada raro. Cuando se dio de la vuelta con un café en la mano y un papelón de churros en la otra, efectivamente vi como aquel hombre era el mismo que había cortado cuatro orejas en el Vaticano del Toreo, como suele decir Víctor García Rayo. Me acerqué a saludarle después de un buen rato. Tenía que hacerlo casi por obligación, tenía delante a alguien a quien admiro, no haberlo saludado habría sido una falta de respeto conmigo mismo.
Tras una breve conversación y hacernos una foto, me identifiqué como el autor de un artículo por el que él mismo me había felicitado y dado las gracias en su momento. Aún así, yo pensaba que aquel artículo no se lo había leído y me había contestado casi por compromiso. Estaba equivocado. La conversación sobre aquel artículo fue algo más o menos así:
«Maestro, no sé si recordará un artículo sobre la media verónica de Madrid la tarde del traje Chenel y Oro, yo lo escribí y usted me contestó dándome las gracias»
«Si hombre, claro que me acuerdo… Hablabas de Manolo González, de Antoñete, de Curro y Paco Camino, del Maestro Morante y del color del traje. Fue muy bonito, me conmovió. No me esperaba que el autor fuera alguien tan joven»
¿Se imaginan mi cara cuando me dijo eso?
Después bromeó sobre qué tenía que ir a cazar para mantenerse en tipo, y que no nos invitaba al amigo que me acompañaba y a mí porque no se lo habíamos dicho antes, y muy cordialmente se despidió, casi disculpándose por no quedarse más tiempo hablando con nosotros. Se había tomado un papelón de churros y dos cafés más negros que el carbón. Un sábado a las siete de mañana, rodeado por gente que venía de fiesta con cara de haberse pasado con las copas, y junto a dos taurinos que veníamos de ver una procesión extraordinaria – en octubre, sí; las cosas de Sevilla.
Si eso no ser natural en todo, que baje Dios y lo vea.
Acerca de los Martín Vázquez, principalmente del conocido taurinamente como Pepín, solo les dejaré un fragmento de El Cossío:
Toreaba excelentemente con la muleta y aún con un clasicismo que atenuaba su gracia auténtica, el ritmo alegre de su toreo. A su lidia, sobria y clásica, se añadía, además, el garbo sevillano.
Gracia, alegría, clasicismo, sobriedad, garbo…
Eso, aunque Cossío se refería a Pepín Martín Vázquez, define a la perfección a Pablo Aguado. Lo define mejor que cualquier artículo que yo pueda escribir, aunque Cossío lo escribiera hace ochenta años. ¡Ah! Por cierto. En el inicio de este artículo, he comentado que quizás Pablo Aguado no fuera el último eslabón de esta cadena, sino el penúltimo. Y esto no es algo que diga por casualidad, es algo que digo porque el próximo 7 de septiembre, el menor de los Vázquez, con unas formas que prometen y un concepto añejo, tomará la alternativa. Será en Cortegana, ante toros de Osborne, y este que les escribe, se desplazará desde Granada para verlo. Ya les contaré.