Me encontraba el pasado domingo por la mañana dando los últimos retoques a la crónica de la corrida del Sábado de Corpus en Granada cuando me surgió una pequeña duda sobre lo que había visto la tarde anterior, o quizás no sea tan pequeña, ya que da para abrir un importante debate.

¿Qué tiene el Toreo clásico que a todo el mundo gusta?

Permítanme ponerles en contexto brevemente antes de abordar el debate; cuando se presentaron los carteles de la Feria granadina, parecía que los mayores “focos” de atención estaban claros, el regreso de Enrique Ponce, la tarde de Roca Rey, y la vuelta, un año más, de nuestro torero local. Sin embargo, ahora que ha pasado la feria, todo el mundo concuerda en que el triunfador indiscutible, no tanto en lo estadístico como sí en lo artístico, ha sido Juan Ortega. Y esto ha ido pasando en distintas ferias no solo de este año, sino de las últimas temporadas desde que, en 2019, el carro del Toreo Clásico lo ocupaban más toreros.

Y es que, si antes era sólo el Genio Morante el que nos hacía disfrutar con ese concepto tan puro y que heredó – en todos los sentidos – de Curro Romero un 20 de octubre del 2000, desde hace ya unos años, los amantes del toreo más clásico comenzamos a disfrutar viendo cómo, por fin, al de La Puebla le salían compañeros nuevos – ¿o quizás competidores? eso da para otro debate –. Diego Urdiales, Pablo Aguado y Juan Ortega. Un auténtico póker de ases, no me digan que no.

Y ahora, entremos en materia ¿qué tiene ese toreo clásico que pone a todo el mundo de acuerdo? Pues tiene lo mismo que las cofradías de silencio, esparto, ruan y cirio al cuadril: un regusto atemporal. Clasicismo, el ser lo de toda la vida, traído hasta nuestros días. A todo el mundo le gusta ver un paso pegando un izquierdo elegante – lo demás ya es abusar – pero cuando vemos los Servitas, la Mortaja o al Señor de Pasión – uso ejemplos sevillanos al ser estos más conocidos –, se nos olvidan la música, las capas, los izquierdos, y nos quedamos con lo importante.

Exactamente lo mismo pasa con el Toreo. Un amigo me dio la mejor explicación posible sobre este fenómeno mientras comentábamos en un bar por qué tiene más repercusión el triunfo de cualquier torero de ese póker de ases que les he dado que de otros matadores del escalafón:

Rasito – hay confianza – que un tinto de verano fresquito y unas rodajas de salchichón de paquete están muy buenas y entran solas, pero cuando te ponen una copita de manzanilla acompañando un queso añejo o un jamón der güeno, que se quite lo demás. Po’ lo mismo pasa con esto. Tomás Rufo será muy bueno, pero cuando ves a Morante y Urdiales a la verónica, a Juan Ortega al delantal o a Aguado por chicuelinas, no quieres ver otra cosa en tu vida.

Y ahora convénzanlo de que no lleva razón, cuando lo que ha dicho es puro Evangelio y perfectamente podría convalidar la asistencia a la Eucaristía dominical. Por cierto, después de sentar cátedra de esa manera sobre el toreo, el jamón y la manzanilla, empezó a divagar sobre flamenco, Julio Romero de Torres y hasta de por qué el tenis es el mejor deporte que existe. Una conversación de lo más interesante.

El Toreo, como la buena manzanilla, tiene que tener ese regustito que haga que, cuando acabes de verlo — o paladearlo si hablamos de la manzanilla —, lo sigas notando: si tras ver una faena de más de cincuenta muletazos, no se te ha quedado ni uno en la cabeza, sal de ahí, que ahí no es.

Ahora bien, si después de ver una faena de veinte muletazos, no se te va de la mente ni el más insignificante de los detalles, ahí sí. Ahí sí has encontrado tu sitio.

Ni que decir tiene que lo mismo les digo a los cofrades: si después de ver un paso dando dieciocho izquierdos, cuatro costeros, tres pasos atrás y un picaíto antes de acabar la marcha, no se te ha quedado ni uno de esos cambios, sin ser médico, le receto de urgencia que vaya a ver una cofradía de ruan cuando va de vuelta a su templo, que se la va a quedar hasta el sonido del crepitar de la cera de ese nazareno completamente revestido de negro que lleva un rosario de madera.

Pablo Aguado, el hermano de las Penas – de San Vicente – que salió por la Puerta del Príncipe en la Feria de Sevilla. Ese fue el título de un artículo de Manuel Jesús Rodríguez Rechi al día siguiente de las cuatro orejas del sevillano en aquel mayo de 2019. El ruan y el buen toreo, siempre de la mano ¿lo ven?

El ruan, como dice mi compadre Pablo, es sinónimo de categoría.

Pues con el toreo clásico, pasa igual. Hay calidad y hay regusto, y eso pone de acuerdo hasta al que vino a Granada queriendo ver a Roca Rey y al Fandi, y se enamoró viendo a Pablo Aguado y Juan Ortega.

Ah, y sigo esperando que algún empresario valiente dé una monstruo con Morante, Urdiales, Aguado y Ortega. Al que lo haga, lo llevo a ver cofradías.

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