
Orejas, orejas y más orejas. Ese podría ser quizás el resumen de muchas de las ferias que se celebran a lo largo de toda la temporada. Y esto, ¿a qué se debe? Pues bien, cada vez son más las plazas que bajan drásticamente su criterio y que, lamentablemente, regalan los trofeos de par en par.
Bajo mi punto de vista, se deberían de empezar a valorar los trofeos como se merecen; ya que, últimamente da la sensación de que sirven únicamente para sumar apéndices en el escalafón y no cumplir su función real, la de medir y premiar la labor hecha en el ruedo. Se deberían de valorar, y no regalar…
Esto no es algo que lleve pensando poco, sino todo lo contrario. Basta con ir a la plaza o poner los toros por la tele para darte cuenta de que, salvo en lugares contados, no hay ningún rigor por parte del palco. Incluso cada vez se da más la situación de que cuando el presidente se niega a conceder dichos trofeos, el público le abuchea. Si simplemente está haciendo su labor ¿por qué se le increpa? Con esto nos damos cuenta de que cada vez va siendo más necesaria una educación taurina al público, y así poder mejorar la fiesta entre todos.
Sería buena idea que por ejemplo, en esos folletos que se reparten a la entrada de la plaza, hubiera un listado de conceptos y criterios del toreo, y así poder salir ganado todos. Digo todos, porque esto lo que está haciendo es también subir cada vez más a la nube del triunfalismo a los toreros, que asumen que para triunfar lo único que vale es cortar orejas, cuando eso no es así.
Vemos como muchos se cabrean, tirando las orejas al suelo o negándose a dar la vuelta al ruedo cuando no tocan pelo, menospreciando así las decisiones tomadas por el palco presidencial (que por norma general tiene sus porqués). Precisamente ese gesto tan taurino que es dar la vuelta al ruedo, algo que antaño se valoraba tanto o más que una oreja, ahora parece que se ha convertido para los toreros en una especie de premio de consolación.
Pasa lo mismo con los indultos. Basta con que un toro de 4 embestidas buenas para que el runrún entre el público se vaya acrecentando, hasta tal punto de entre pitos y pañuelos no permitir al matar al toro. Evidentemente, el torero es consciente de eso, lo que le hace retrasar la muerte todo lo posible para intentar hacerse con los máximos trofeos. Indultar un toro tiene que ser algo muy discutido, ya que para ello el animal debe dar un excelente juego en los tres tercios. La decisión debe ser unánime y merecida.
A lo que quiero llegar, es a que se tendría que empezar a valorar como es debido lo que pasa en la plaza, dejando a un lado el ansia de únicamente ver espectáculo para así, poder mejorar la fiesta entre todos. Una tarde de toros tiene que ser a cara o cruz, y no que siempre la moneda caiga en la cara de la diversión y la fiesta.